OPINIÓN

Recuerdos de un viaje

En Santorini (Grecia) emplean pintura blanca para reducir el calor en el interior de las viviendas.
En Santorini (Grecia) emplean pintura blanca para reducir el calor en las viviendas.
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En Santorini (Grecia) emplean pintura blanca para reducir el calor en el interior de las viviendas.

Abrir la puerta de casa, todo sigue igual, a oscuras y con algo más de polvo. Se acabaron las vacaciones, el verano llega a su fin. Vuelta a la rutina, retomar la dieta, el deporte y la vida diaria. Los comercios cambian los carteles en sus puertas, las carreteras se llenan de coches donde la radio o la música retumban en los atascos. Los rostros demandan café intravenoso, las corbatas salen del armario y las maquinillas de afeitar suenan por las mañanas tras un merecido descanso. Las peluquerías dan una cita tras otra, los dentistas y médicos de familia acumulan pacientes, los menús del día llenan las pizarras de los bares al ritmo que los teatros y cines anuncian nuevas carteleras. Todo vuelve a engranarse, atrás quedan los recuerdos de un tiempo feliz.

Este mes pasado he podido disfrutar de unos días recorriendo Grecia. Pasé por Atenas, donde disfruté de las ruinas de la Acrópolis, el ágora romana, el teatro de Dionisio, varios museos y el estadio Panatenaico donde se organizaron los primeros juegos olímpicos modernos. Me pilló la mayor ola de calor desde el año 1987, no sabía lo que era sentir la canícula en mi rostro hasta entonces. Después me moví por el Peloponeso, donde visité el teatro de Epidauro, cuya acústica me cautivó desde el primer momento; también visité las ciudades de Mystras, Trípoli y Esparta, el lugar donde se encuentra la estatua de Leónidas; y por último me sumergí en el histórico santuario de Olimpia, un enclave donde se celebraron juegos olímpicos durante casi un milenio. Este sitio me impresionó de forma sobrenatural. Estaba todo muy bien documentado, desde el estadio hasta los diferentes templos, el gimnasio, las residencias o incluso el taller que tuvo un gran artista de la escultura como fue Fidias. Este hombre que vivió en el siglo V a.C. fue el encargado de dar forma a la estatua de Zeus que se albergaba en el interior del santuario dedicado al dios griego. Era de unas dimensiones impresionantes, según narran historiadores, hecha de oro y marfil, y se convirtió en la mayor atracción divina de los que allí iban a competir. Está catalogada como una de las siete maravillas del mundo antiguo junto a los jardines colgantes de Babilonia, el coloso de Rodas, el templo de Artemisa en Éfeso, el mausoleo de Halicarnaso, el faro de Alejandría o las pirámides de Giza. Estas últimas son las únicas que quedan en pie hoy en día. Estar en un lugar como aquel hizo que el peso de la historia recayese sobre mis pupilas. Traté de grabar todo cuanto pude en mi cerebro y este se puso a trabajar en la creación de recuerdos.

Cuando viajamos solemos hacer fotografías y videos para inmortalizar esos momentos, pero no hay nada más importante que la imagen que nuestra mente refleja. Lo material nos ayuda a reconstruir, pero hay una parte muy importante que recae en el trabajo que hace este gran órgano de nuestro cuerpo. A raíz de un recuerdo, él se encarga de dotarle de vestimenta, en ocasiones de forma positiva y en otras tantas de forma negativa. Eso hace que se desaten nuestras emociones. En mi caso este viaje por el país heleno, que culminé en las islas de Santorini y Naxos, ha quedado archivado en lo más profundo de mi memoria. Ahora será el tiempo el que vaya dando forma a esa experiencia. Cualquier tiempo pasado fue mejor, o eso al menos dicen los nostálgicos.

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