OPINIÓN

Lo que dice una madre va a misa

Madre e hijo se dirigen a la Puerta del Sol este domingo.
Madre e hijo se dirigen a la Puerta del Sol.
Jorge Paris
Madre e hijo se dirigen a la Puerta del Sol este domingo.

El otro día leía una noticia que decía que una mujer de 37 años de Michigan, en Estados Unidos, había ganado más de un millón de dólares en la lotería porque siguió las indicaciones que le había dado su madre. Al parecer se fueron de compras una tarde, cuando de repente la joven estaba fuera de la administración, y en ese momento la sabia señora le dijo que comprase un boleto para probar un nuevo sorteo en lo que sería una especie de "corazonada". Compró la participación, y dicho y hecho. Multitud de dinero en el bolsillo para comprarse una nueva casa, llevar a su hijo a Disney World y tapar préstamos para acabar los estudios. La vida un tanto resuelta. Ante esta noticia, me vino a la mente la reflexión sobre qué cantidad de cosas hubiesen cambiado si hubiésemos hecho caso a la voz de la experiencia materna.

Recuerdo cuando mi madre me decía que hasta que no me acabase la comida no me levantaría de la mesa, y que, si no me lo comía, lo tendría para cenar. En alguna ocasión pasó, y mi madre se acabó ablandando, pero es cierto que gracias a esa presión conseguí que me gustase el pescado o la verdura. Obviamente, a todo niño le tira más una hamburguesa o unos canelones. Lo de comerse la parte negra del plátano, o no tragarse los chicles porque se pegaban al estómago, no fueron tampoco malos consejos. Beberse el zumo antes de que se fueran las vitaminas, ya pasa al plano científico. En otras situaciones, cuando querías ser el más diferencial de tus amigos y te veías mejor con una chaqueta de primavera que pegaba con los pantalones, te acordabas de ella con aquello de "abrígate que hace frío", ya que era el mes de diciembre y una tarde entera era complicado de aguantar con esa ligera capa de tela sin forrar.

Las madres conocen mejor a sus hijos, que sus propios hijos

Las madres conocen mejor a sus hijos, que sus propios hijos. Una mirada, un gesto o una mala cara, y su detector se activa como si de una alarma de submarino se tratase. Ponerse recto para que no saliese chepa en el futuro, ser mayor para trasnochar y para madrugar, olvidarse de que una casa familiar no es una pensión, traer siempre las vueltas de la compra, conocer la diferencia en el paso de las cosas de castaño a oscuro, hacerle caso a menganito y no juntarse con fulanito, llamar cuando se llega a un sitio para no matar de un disgusto, contar hasta tres o cobrar con las zapatillas voladoras… Hoy en día, ya siendo talluditos, nos damos cuenta de la razón que tenían y de que el mayor regalo que tenemos es que siga apareciendo su nombre en el teléfono al recibir una llamada. Toca aprovecharlo mientras dure. Hay que pensar, que cuando ellas dicen algo, lo hacen por nuestro bien. Ven más allá. Porque son madres, y punto.

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