Borja Terán Periodista
OPINIÓN

2022: la vida después de Raffaella Carrà

Raffaella Carrà en el estudio 1 de TVE en Prado del Rey.
Raffaella Carrà en el estudio 1 de TVE en Prado del Rey.
TVE
Raffaella Carrà en el estudio 1 de TVE en Prado del Rey.

El día después de fallecer Raffaella Carrà me tocaba ir al Estudio 1 de Prado del Rey. Allí, en el mismo lugar donde varias temporadas se realizó el mítico Hola Raffaella, íbamos a hablar de la historia y legado de la gran artista de la televisión junto a Cristina Fernández, Boris Izaguirre, Norma Duval y Valeria Vegas. Llegué como un día más, pero en realidad no era un día más. Crucé la puerta del edificio histórico de TVE y cuando pisé el pasillo que da entrada al mítico plató todo estaba apagado, en silencio, vacío. Sin ese run run que nos fascinaba de la tele. Como una metáfora. Entonces, pensé que con la muerte de Carrà había muerto una era televisiva, una forma de sentir la televisión.

En los noventa, la propia Raffaella Carrà reflexionaba en una entrevista en la RAI sobre cómo trascender en pantalla: "debe existir una parte de química en la persona que presenta, que crea la famosa atmósfera". Había entendido una regla básica de la televisión: indagar en cómo favorecer ese clima de confianza con el público que te permite todo. Y por eso conectó con todos. ¿Cómo lo lograba?

Para empezar cuidando los prolegómenos de los programas. Por eso mismo, los pasillos de entrada a sus platós nunca estaban apagados o vacíos. Se utilizaban a nivel creativo para contagiar la emoción del nervio previo a un programa al espectador. Porque sus shows tenían esas mariposas en el estómago del cierto riesgo, de salir a jugar... sin red. "Este programa lo hacemos en vivo, esperamos acabar igual", rezaba un rótulo sobreimpresionado en la sintonía de la arranque de la segunda temporada de Hola Raffaella

Porque cuando se recuerda la figura de Carrà se incide en sus festivas canciones, pero ella triunfó sobre todo por la búsqueda constante de osar ser libre delante de la cámara. Así consiguió un vínculo único e instintivo con el público en sus actuaciones y en sus programas. No era políticamente correcta, no temía la ironía y hasta era rápida de reflejos utilizando la corrosión o el humor negro. Era tan traviesa con el espectador. Y la empatía surgía sola. Hablaba a su audiencia con la generosa naturalidad e inteligencia que merecía. Era una más. Era sólo Raffaella, Carrà no hacía falta.

Un día en Hola Raffaella entrevistó a un funambulista del circo al que preguntó que cuántos años llevaba ahí arriba, en el equilibrio. Él contestó que desde los 8. En ese instante, el hombre perdió el equilibrio y se cayó del artilugio. Raffaella, ingeniosa, salió del paso tranquilizando al señor con su hábil y sana corrosión: "ahora tienes la oportunidad de empezar una nueva vida". Carrà solucionaba la papeleta con sensibilidad, sentido común y mucha picardía. No sólo entretenía, sus comentarios jocosamente espontáneos no eran vacíos: atesoraban compromiso y, como consecuencia, enganchaban al espectador. Porque aportaban. Hasta cuando se cae un acróbata y te percatas de que no sólo hay un camino. Una caída puede llevarte a una nueva oportunidad en la vida. Nunca se quedaba en lo que hoy llamaríamos memes. Iba más allá.

Raffaella no era una presentadora, era una profesional de la comunicación empática. No necesitaba vender con cebos morbos puntuales, congregaba al espectador por su autenticidad incesante. Pero sabía que la autenticidad se construye desde el ensayo, la constancia y la creación. Ella misma incidía en aquella entrevista de la RAI que el entretenimiento televisivo es "inventar momentos" y estar atento a lo que se cuece en la calle para ser una "cantera de talentos". Error quedarse anclado sólo en lo que ya el espectador piensas que reconoce, hay que apostar por descubrir a la audiencia. Y con cierta valentía. Esa que desmonta lo pronosticable. Esa que piensa en grande y no en pequeño.

"Frente a culturas opresoras que decían cómo debíamos vivir, Carrà nos permitía imaginar mundos de libertad en todos los sentidos. Sin miedo al qué dirán".

De ahí que como creadora de momentos se atreviera a puestas en escena imposibles o giros de guion fantasiosos. Sus programas siempre cuidaban la liturgia escénica. Así protegían esa ansiada "atmósfera", que recalcaba en la entrevista de la RAI. Como resultado, sus actuaciones musicales no se conformaban con sólo un previsible playback. Necesitaban contar algo. Necesitaban interpretar. Vestuario, coreografía, atrezo, luz, realización televisiva... Todos los trucos de la teatralidad audiovisual al servicio de la música. Donde la imaginación te lleve. Que nadie coarte tu imaginación, que nadie te diga cómo debes vestir, cantar, bailar o ser. Por eso mismo, Raffaella Carrá ha conectado tan bien con la diversidad. Frente a culturas tóxicas opresoras que decían cómo debíamos vivir, Carrà nos permitía imaginar mundos de libertad en todos los sentidos. Sin miedo al qué dirán. Sin temor a la ironía que inspira inteligencia. Libertad para desaprender prejuicios. Libertad incluso para imaginar.

Ahora dicen que vivimos en un universo de algoritmos que analizan lo que nos gusta o no y, así, combinándolos técnicamente, se producen contenidos a medida. Sin aparente margen de error. Es el entretenimiento de usar y tirar, Raffaella Carrà representa lo contrario. No era una 'creadora de contenido', era una artista de la complicidad que se salió de los parámetros habituales. 2022 será el primer año de la tele sin Raffaella, pero los profesionales del audiovisual deben seguir aprendiendo con su legado, que no es sólo imitar coreografías de sus canciones: es bailar con el espectador. Con todo el significado, ingenio, honestidad, travesura y complicidad de la palabra. ¿Bailamos? Feliz 22.

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