Miguel Ángel Aguilar Cronista parlamentario
OPINIÓN

Firme aquí: "Nada alego"

Sánchez y Feijóo, en el Congreso
Sánchez y Feijóo, en el Congreso
EFE
Sánchez y Feijóo, en el Congreso

Eran las nueve de la mañana y a los portavoces de los grupos parlamentarios ya les había subido la bilirrubina. Desde hacía unos minutos por la megafonía del edificio del Congreso de los Diputados se escuchaba la sintonía que precede al inicio de las sesiones plenarias. En el orden del día de la de ayer figuraba la comparecencia del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Su objetivo era tratar acumuladamente las cuatro solicitudes para que informara, a petición propia y del Grupo Popular, sobre el último Consejo Europeo de los días 17 y 18 de abril; y, a petición del Grupo Popular, sobre la reunión en relación con Gibraltar mantenida en Bruselas entre los ministros de Asuntos Exteriores de España y Reino Unido, José Manuel Albares y David Cameron, y el vicepresidente de la Comisión Europea, Maros Sefcovic. Además, se anunciaba que el presidente del Gobierno, a petición del Grupo Popular, daría explicaciones sobre "los asuntos objeto de investigación periodística y judicial, en lo que respecta a una presunta corrupción económica, política y de conflicto de interés, que afectan a su partido, su Gobierno y su entorno personal".

La intervención inicial para estas comparecencias quedaba asignada al presidente del Gobierno que goza de la desventaja reglamentaria de carecer de límite de tiempo, con la desorientación consiguiente que de esa ausencia se deriva. Los primeros compases del orador parecían impregnados de la voluntad de inaugurar un propósito inédito en la legislatura actual de buen porte y buenos modales pero, carácter es destino, enseguida reapareció el auténtico Pedro I el doliente, el impulsor del muro que desde la investidura propugna separar la España que le sigue de la Antiespaña que le rehúsa para exhibir, como Teresa Neumann, los estigmas de la crucifixión que habían dejado impreso en su cuerpo los insultos de esa oposición de derecha y ultraderecha, tachada de incapaz de hacer algo útil por el país, aferrada al negacionismo, sin sumarse como sería su deber a las iniciativas del Gobierno, que sabe bien lo que nos conviene en cada momento. 

Ahora, por lo que peroraba Sánchez desde la tribuna, lo que nos convenía, aunque algunos se resistieran a aceptarlo, era proceder al reconocimiento del Estado de Palestina, decisión que adoptará el Consejo de Ministros del martes 28 de mayo en sincronía con Noruega y con la compañía de Irlanda, único de los otros 26 estados miembros de la UE que se significa junto a España. Sánchez dijo haber informado al Jefe del Estado y al secretario general de Naciones Unidas, pero el líder del PP se lo ha encontrado todo hecho. Lo que se esperaba de él era lo mismo que sucedía, cumplidos los dieciocho años, cuando acudíamos al ayuntamiento donde debíamos tallarnos y ser examinados para que se nos declarara aptos o inútiles para el servicio militar y aparecía un brigada con informe en mano reclamando: "Firme aquí, nada alego".

El presidente expresaba convencimiento, aludía a decisiones anteriores en el mismo sentido, al menos desde hace diez años, e insistía en sus protestas de que el reconocimiento de Palestina no se hacía contra Israel ni contra los judíos ni a favor de Hamás. El banco azul estaba casi al completo con las tres vicepresidentas, el titular de Exteriores, el de Justicia, la de Defensa, el del Interior y por ahí adelante, no todos igual de atentos, algunos desconectados, para atender conversaciones y mensajes del móvil, pero prontos para sumar sus aplausos de fervor diferenciado, desde el mayor de la vicepresidenta primera hasta el menor de la ministra de Defensa. 

Sánchez se gustaba toreando de salón sobre la nada y la máquina del fango. Luego le siguió el desfile de los portavoces de los grupos parlamentarios, sin que sus desmarques de la Constitución o de las instituciones, en particular los de los independentistas catalanes y vascos, merecieran la menor toma de distancia que estuvo reservada en exclusiva para la derecha y la extrema derecha, a las que se hacían todos los esfuerzos por unificarlas. La última intervención fue la del socialista señor López, como le llamó Sánchez. Fue, con diferencia, la más agresiva como si estuviera haciendo méritos para seguir en el puesto. Después llegó la réplica que el presidente del Gobierno hizo sin olvidar a ninguno. Y, saturado, Alberto Núñez Feijóo se vino arriba, como daremos cuenta el próximo día. Vale. 

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