Iñaki Ortega Doctor en economía en la Universidad en internet UNIR y LLYC
OPINIÓN

Un ego desbocado

Es importante que tengas por encima alguien de quien poder aprender y que te aporte conocimientos y experiencia. De no ser así, es probable que termines buscando una salida laboral lejos de un responsable tóxico que no te aporta.
Imagen de un ejecutivo
Pixabay /Tumisu
Es importante que tengas por encima alguien de quien poder aprender y que te aporte conocimientos y experiencia. De no ser así, es probable que termines buscando una salida laboral lejos de un responsable tóxico que no te aporta.

Abraham Maslow ha pasado a la historia por su famosa pirámide de las necesidades. Este psicólogo dedicó su vida al estudio de la salud mental, aunque donde se hizo archiconocido fue en el ámbito empresarial gracias a su jerarquía de las motivaciones plasmada en la pirámide que lleva su nombre. La teoría en cuestión defiende que conforme los humanos satisfacemos nuestras necesidades más básicas podemos aspirar a deseos más elevados. Eso explica la motivación tan fuerte que muchos líderes tienen para alcanzar el éxito. En la base de la pirámide se sitúa lo fisiológico (comer o dormir) y a continuación la seguridad, es decir, la garantía de que no vas a morir por un ataque o una enfermedad. En la parte central está la necesidad de afiliación o, lo que es lo mismo, la amistad y sentirse querido. La cúspide del poliedro tiene las necesidades más vinculadas al ego de las personas: el reconocimiento y la autorrealización. A los humanos, una vez que tenemos todas las necesidades anteriores cubiertas, nos mueve el reconocimiento, tener éxito, ganarnos el respeto de la sociedad. Y la autorrealización, que es el estadio más alto que puede alcanzarse ya que permite diferenciar lo falso de lo real y así lograr estar satisfecho con uno mismo.

Este ego para la psicología no es algo bueno ni malo, es simplemente cómo nos reconocemos a nosotros mismos. De hecho, siguiendo la pirámide de Maslow es una fórmula contrastada para crecer profesionalmente. Aspirar a pasar de un estadio a otro de la pirámide es una motivación para cualquier persona y para muchos profesionales. Quiero ser reconocido o aspiro a ser feliz mueven las carreras de muchas personas de éxito. El ego es, por tanto, como un caballo en el que te montas y te permite avanzar rápido. Escalas posiciones con menor esfuerzo que el resto y sin darte cuenta, movido por la confianza en ti mismo y por tus logros, alcanzas la cúspide. Un buen caballo es ese ego que te lleva lejos.

Pero Maslow alerta de que cuando no se consigue la autorrealización, el deseo de reconocimiento por sí mismo, el pensar únicamente en tus deseos o el atosigar con tus cuitas a todo hijo de vecino, solo lleva al disgusto, el cinismo y la depresión. Es como si el caballo del que hablamos se desbocase. Y es el ego el que marca el ritmo del trote y la dirección. Sin nadie quien dirija a ese caballo, sin una correa que embride a ese ego, acaba convirtiéndose en una pesadilla para el jinete y para todo el que está alrededor. Todos reconocemos a ese líder con el ego mal embridado que solamente te habla de su carrera profesional y logros, sin saber nada de la tuya. Ese supuesto amigo que consume horas y horas explicando sus dolencias y no pregunta por tu salud jamás. Esos colegas de trabajo de los que sabes hasta el último detalle de su fin de semana porque, sin duda, es mejor que el tuyo. Qué decir de esos jefes que solo ven culpables a los demás de su nefasta gestión. Y tantas personas que, movidas por un ego desmadrado, acaban generando problemas a su alrededor por cuestiones meramente personales que deberían arreglar en su intimidad.

En la empresa y, visto lo visto estos días, en la política española, urge domar nuestros egos para que nos lleven a la armonía y no al desgobierno que vaticinó Maslow. 

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