OPINIÓN

Me encanta ser un pringao

Hojas de un libro.
Hojas de un libro.
Pixabay
Hojas de un libro.

Qué misteriosa aura de prestigio rodea todavía al literato. Apenas quedan intelectuales y la literatura ha perdido vigencia, pero el escritor mantiene un prestigio que para sí quisieran, no sé, los magos o los levantadores de piedras. Hay premio Cervantes, pero no premio Houdini. Tampoco premio Perurena. Y hay un premio Nobel de Literatura que se concede cada año a individuos que casi nadie conoce, pero qué premio. Todos quisiéramos ganarlo, hasta los que no leen.

En una ocasión, durante una reunión vecinal, alguien me presentó como escritor. Maldita sea. Enseguida noté el interés. Durante la velada, expliqué que en España seguramente solo Arturo Pérez-Reverte y Javier Marías podrían vivir bien de la venta de sus novelas. La reacción de uno de mis interlocutores me sorprendió: "Al primero lo conozco, pero ¿quién es el otro?". Un individuo con carrera, con una posición social desahogada, ignoraba quién era Javier Marías y, sin embargo, mostraba enorme curiosidad por el mundo editorial. "Siempre me ha gustado escribir", me confesó. Luego me envió su relato sobre un caballero templario. Le dije que se lo enviara también a Javier Marías. Y creo que lo hizo.

Hace tiempo leí una estadística sobre el grado de felicidad de las distintas profesiones. Los pintores, los escultores, los músicos, los actores —los artistas, en general— eran más felices que el resto de los profesionales, pero los escritores eran muy desdichados. Hemingway fue al grano, como sus frases cortas y contundentes, y se pegó un tiro, igual que Larra. Pavese se atiborró de barbitúricos, como Pizarnik. Pensaban mucho, demasiado y se nota en su obra. Silvia Plath metió la cabeza en el horno después de dejar la cena servida a sus hijos. Mishima se hizo el harakiri. Kennedy O´ Toole inhaló el humo de su coche. Ha habido tantas formas de suicidio entre los escritores como géneros y subgéneros narrativos. Son gente imaginativa.

Uno logra escribir una novela después de uno, dos o cinco años de mucho esfuerzo, consigue que se publique en una editorial y parece que el trabajo ya está hecho. Pero ¿quién la lee? ¿Por qué escoger ese título entre tantos otros de la librería? ¿Quién eres tú para que nadie elija tu novela sobre las demás? A los pintores les bastan dos o tres imágenes en la pantalla del móvil para mostrar su arte. Los novelistas carecemos de esa suerte.

Cuando uno compra una novela no lo hace convencido por la propia novela, que no se puede catar instantáneamente, sino por lo que representa quien la ha escrito. Por eso decía Umbral que todo escritor necesita un periódico. Hoy, quizás, un buen canal de Youtube o un programa en La Sexta. Si no existes, tu novela tampoco, salvo que un buen librero te descubra y recomiende.

El sistema editorial tiene un punto débil, que es, paradójicamente, la columna vertebral del negocio y la clave de su salud: si visitas una editorial, puedes estar seguro de que ninguno de los presentes seguiría trabajando sin una retribución, salvo el autor. El motor vocacional, o narcisista, es tan poderoso que, más allá del rédito económico, uno sabe que el escritor nunca faltará a su cita: entregará el libro y, si no él, hay otros mil dispuestos a sustituirlo (incluidos varios presentadores de televisión). El orgullo de ver materializada en papel, publicitada y reconocida una fabulación concebida por uno mismo no se paga con dinero.

En ese panorama la peor abyección viene de esas empresas pirata que prometen la publicación a autores nóveles o que se han quedado sin editorial, a cambio de un módico precio. El libro sale, claro, pero se queda sin distribución, sin publicidad y sin vida.

Yo, que tengo unos cuantos cómics en el cajón, conseguí hace tiempo que un editor se comprometiera a publicar uno de ellos. Pasaron los años y nada. El editor era y es muy simpático, pero poco formal. Así que el otro día, harto de la demora, probé con la plataforma de autopublicación de Amazon, atraído por la promesa de unos derechos de autor del 60% en papel. ¡Comparado con el 10 o el 9% del editor convencional! Pronto llegó el chasco: dan el 60%, sí, pero solo después de cobrarse 4,60 por ejemplar. Nada nuevo bajo la luna. Eres el flanco débil y lo saben, querido autor. El cómic, por cierto, se titula Me encanta ser un pringao.

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