OPINIÓN

Ley de Concordia

El ministro de Política Territorial y Memoria Democrática, Ángel Víctor Torres.
El ministro de Política Territorial y Memoria Democrática, Ángel Víctor Torres.
EUROPA PRESS
El ministro de Política Territorial y Memoria Democrática, Ángel Víctor Torres.

No sé dónde leí que al terminar la Guerra de Secesión estadounidense el general confederado Robert E. Lee sentenció que la guerra no había terminado, que lo haría cuando murieran los nietos de los que la vivieron. Seguramente mi mente habrá confundido actores y sucesos históricos y esta anécdota sea falsa, pero no está mal echar mano de ella para ver lo que está ocurriendo estos días con la nueva ley de Concordia que impulsan PP y Vox y que sustituye a la Ley de Memoria Democrática del Botànic.

Triste generación la de los españoles que les tocó vivir la Guerra Civil. Me refiero a los jóvenes de entonces. Muchos acudieron al frente, de forma voluntaria o forzados, para luchar en una guerra que no era suya, sino de sus padres y abuelos, porque me resisto a pensar que unos jóvenes odien por generación espontánea.

Décadas más tarde, esos mismos españoles, en la edad provecta, fueron artífices de una Transición a la Democracia que fue, digan lo que digan algunos, un hecho extraordinario y no un pacto de silencio ni una solución lampedusiana, como nos quieren hacer creer.

Triste generación, casi desaparecida ya, que observa cómo sus nietos prosiguen una batalla ideológica que lleva a un callejón sin salida y es en sí misma una kriptonita contra el periodo que hizo posible la Constitución del 78 y nuestra democracia.

Todas estas guerras ideológicas, culturales, históricas, etc., son una fea memoria contra nuestros ancestros. Cuando leo noticias sobre este asunto imagino a unos nietos peleando por la herencia de los abuelos para que, al final, no quede nada, excepto resentimiento.

Verdad, siempre; olvidar, nada; memoria, toda; ayudas para buscar desaparecidos, por supuesto; libertad de cátedra, incuestionable…, pero que nadie olvide el perdón. Si de mejor o peor manera nuestros mayores se perdonaron por las canalladas que se hicieron, no lo embarremos nosotros. Y no por ellos, ni por nosotros, sino por los que nos siguen.

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