OPINIÓN

Milagro del ascenso y caída de Podemos

Ione Belarra, Irene Montero, Pablo Iglesias y otros dirigentes y exdirigentes de Podemos.
Ione Belarra, Irene Montero, Pablo Iglesias y otros dirigentes y exdirigentes de Podemos.
Henar de Pedro
Ione Belarra, Irene Montero, Pablo Iglesias y otros dirigentes y exdirigentes de Podemos.

Podemos fue una fórmula política asombrosa que cambió el descontento y la furia de las calles por unos despachos para unos pocos en el corazón del Poder central, tan asombrosa que todavía hoy nos preguntamos por el milagro de su irrupción y por el milagro de su súbito deterioro, si es que no son lo mismo.

Un podcast excelente de Onda Cero, Compañeros, trata de descifrar el enigma dando voz a muchos de sus protagonistas, todos elocuentes, todos sagaces, todos brillantes, todos incapaces de dar con la clave del asunto. Queda la impresión de que la sabiduría para hacer el diagnóstico sociológico y político del país y capitalizarlo se desvaneció de repente, y nos despertó abruptamente del sueño del final del bipartidismo (lo de ahora es un bipartidismo mejorado, es decir, ya todo depende de los nacionalistas periféricos). Quizás la burbuja del éxito confundió a sus protagonistas, léase Iglesias y Errejón, y les hizo cometer todos los errores que habían denunciado en la izquierda tradicional, incluso agravados. 

Un intelectual muy izquierdista, de la vieja escuela, cuyo nombre me guardo, cuando Podemos nos convenció de que estaba a punto de tocar el Cielo del sorpasso, me dijo, castizo: "Van a dejar la izquierda hecha unos zorros". Sus palabras ahora pueden parecer certeras, pero entonces sonaban a puro rencor.  Aquel tipo representaba la figura común del viejo izquierdista que alimenta su aureola de perdedor, el revolucionario retroactivo y cómodo, que habla mucho de las revoluciones del pasado, pero es reaccionario con cualquier cambio del presente o del futuro (salvo si lo invitan a dar una conferencia). 

Los de mi generación hemos conocido a muchos rojos así, generalmente de la edad de nuestros mayores —y era lógico, supongo, venían de padecer el franquismo—, fueron nuestros jefes en las redacciones de los periódicos y en las editoriales cuando empezábamos y, en vez de revolucionar la sociedad, nos revolucionaron a nosotros, jóvenes pazguatos y con energía, con sus mitos y leyendas. No eran varones derrotados, en realidad, sino que la derrota era su victoria y la izquierda una palabra sagrada, puramente religiosa, la espina dorsal de su orgullo y de su identidad.

Pero tanto Pablo Iglesias como Iñigo Errejón sí querían conquistar el poder y palparlo, asirlo, comprenderlo, modificarlo, estructurarlo, demolerlo. Para ellos la derrota no podía ser parte de ningún propósito político serio, y demostraron una audacia que tuvo que hacer frente, en primer lugar, a esos viejos rojos (tal vez sus propios progenitores).

El problema es que todo terminó siendo bastante falso también en Podemos. Un buen amigo pronto militó en uno de los círculos. ¿De qué va eso?, le pregunté. "La gente habla mucho para nada", me contestó, cabizbajo.

Los círculos trataron de dar una apariencia de poder popular, asambleario, al poder estricto y vertical de los jefes de Podemos. Pero había una distancia enorme entre las conversaciones de los convencidos ("creo que deberíamos votar por la paz mundial", escuché cerca del Oso y el Madroño de Sol, entre los acampados del 15-M) y la astucia de quienes mandaban. En el podcast Compañeros destaca por su inteligencia Tania Sánchez, que aporta quizás el testimonio más original sobre el fenómeno. 

Retrata a Pablo Iglesias como una persona "pendular", víctima de sus obsesiones cambiantes y emotivas, y a Iñigo Errejón como el socio frío y granítico, con una idea fija que persigue sin vaivenes. Considera que ambos eran insustituibles e imposibles el uno sin el otro, el yin y el yang del movimiento. Pero lo mejor viene en el epílogo del podcast. Recuerda Tania Sánchez que con la crisis de 2008 se bloquean todas las convocatorias públicas, incluidas las de profesores universitarios.

Entonces, Iglesias y Errejón, que estaban bien atrincherados en sus departamentos universitarios y ultimaban sus tesis, se sienten fuera de su plaza complutense, y cambian el plan de vida. "Si hubiese habido plazas (...) no hubiesen hecho esto. Estoy absolutamente convencida", asegura Tania. 

¿Qué queda después de todo? Por un lado, Errejón, firme, sigue en la pelea parlamentaria, pero en Sumar y de portavoz. Por otro lado, Iglesias comprobó decepcionado su poder como ministro. Descubrió, seguramente, que en las democracias liberales el Poder Ejecutivo tiene demasiados contrapesos para su ambición. Y llegó a una conclusión que aparece en el podcast: "Manda más Jiménez Losantos que el presidente del PP". Ahora dirige su propio medio de comunicación, Canal Red, al que pone cara y voz. Saque el lector sus propias conclusiones.

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