Diego Carcedo Periodista
OPINIÓN

Un gulag para recuperarse del veneno

El líder de la oposición rusa Alexei Navalny, a la derecha, posa para la prensa mientras está sentado esposado en un tribunal en Moscú, en marzo de 2017.
El recién fallecido líder de la oposición rusa Alexei Navalny, a la derecha, posa sentado esposado en un tribunal en Moscú, en marzo de 2017.
STR/AP
El líder de la oposición rusa Alexei Navalny, a la derecha, posa para la prensa mientras está sentado esposado en un tribunal en Moscú, en marzo de 2017.

Stalin ya no ordena y manda en el Kremlin, pero morirse en las prisiones rusas en el frio de un gélido gulag del Ártico continúa siendo bastante fácil y hasta políticamente normal. Lo garantiza Vladimir Putin, desde la misma plaza Roja de Moscú donde se siguen exhibiendo los estos de Lenin y el propio Stalin. Basta decir alguna frase, alguna palabra poco elogiosa para que el régimen post soviético que Putin lidera con nostalgia del pasado al que llegó un poco tarde y la defunción del discrepante está garantizada.

Este viernes le ha tocado la mala suerte al abogado Alexi Navalni, defensor para su desgracia de la libertad prohibida, cuando regresaba a la cárcel de Jarp, más como Prisión del Infierno Ártico, de dar un paseo por la nieve, se supone que alrededor del recinto penitenciario donde cumplía una condena, no está claro muy bien porqué, de tres años y medio. Las causas no están claras, ya digo, pero es fácil imaginarlas entre algunas de las que son costumbre en Rusia, que son variadas y a menudo sofisticadas.

El pobre Navalni, que había sido candidato de la oposición en las elecciones a la Alcaldía de Moscú en 2013 y obtenido nada menos que un intolerable 27,24% de los votos frente al ganador oficialista, vivía mal y bajo sospecha. El no se privaba de expresar su crítica al régimen tanto dentro como fuera de Rusia. Un día sufrió un desmayo en Novichok que los médicos enseguida dictaminaron que no se trataba de ningún infarto u otro percance natural sino de un envenenamiento perpetrado por los herederos del tristemente célebre KGB.

Le salvaron en artículo mortis médicos alemanes y cuando un año después regresó a Moscú aún convaleciente, la simpatía popular con que fue acogido, junto a la frustración por la poca eficacia del veneno, fue condenado a tres años y medio de prisión en el frío del viejo gulag donde el asesinato que muchos barajan como principal causa de su muerte ya estaba garantizado. Solo faltaba la fecha que la condena impuesta sobre su maltrecha salud le permitiera seguirlo contando.

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