Brota de las entrañas el afecto, por eso no existe amor más genuino que el materno. Y tan puro es el sentimiento de los hijos, como auténtico es el concebido del lazo adoptivo. No habría unión más incondicional, por eso el parricidio constituye una de las formas delictivas más deshumanizadas, y por esa gravedad, las penas asociadas son tan elevadas.
La conmoción por el crimen de la madre de Castro Urdiales y la consiguiente detención de sus hijos deja un poso de incomprensión, que se expande a la espera del esclarecimiento de la investigación.
El parricidio sucede muy pocas veces y cuando ocurre, estremece. Las estadísticas internacionales muestran que el homicidio de un progenitor a manos de un hijo es altamente inusual. Tanto, que constituiría menos del 6% del total de homicidios. Pero el porcentaje cae más todavía en casos de matricidio. Se trata de una situación tan infrecuente, que existen pocos estudios al respecto, y escaso relato clínico.
Se trata de una situación tan infrecuente, que existen pocos estudios al respecto, y escaso relato clínico
El retrato general es el de un varón —el 90% de las veces el acto es cometido por el hijo— frente al 10% de mujeres. Adulto, con alta prevalencia patológica psiquiátrica, en especial destaca la esquizofrenia, el abuso de sustancias, psicosis y rasgos de personalidad narcisista. Pero menos frecuente es el perfil de un adolescente que comete este crimen. De los análisis del doctor Robert Schug, criminólogo y psicólogo forense, se establecen tres perfiles diferentes.
El primero sería un delincuente juvenil que no padece enfermedad mental psiquiátrica. Un niño peligrosamente anti-social, que habita en una familia disfuncional, en la que el padre representa un papel pasivo y la madre es la dominante. Habría un historial de abuso latente. Lo habitual es absentismo escolar y algún antecedente leve.
El segundo tipo engloba jóvenes con enfermedades mentales severas, prevaleciendo la esquizofrenia, que llevan a cabo el asesinato por un estado psicótico. El tercer caso amplía, al padecimiento de enfermedad mental, un historial de antecedentes de abuso.
De los tres, solo en el primer supuesto se aplicaría la intencionalidad total, es decir, que el hijo quiso, voluntariamente, matar a su madre. A esta clasificación sería prudente agregar los casos de menores gravemente maltratados, que han sido abusados, y actúan en defensa propia.
El psicoanalista F. Werthman, en 1941, habló del 'complejo de Orestes' en situaciones de hijos que quitan la vida a sus madres. Trazó seis características, a modo de factores de riesgo. Por un lado, menciona la existencia de una relación morbosamente dependiente entre ambos y un claro desorden emocional del hijo, que implicaría fantasías e ideas suicidas. Del mismo modo, se observa inmadurez y sexualidad reprimida, a la par que un posible odio generalizado a las mujeres, y hostilidad hacia la propia imagen de la madre. Así, el acto homicida se convertiría en la vía de escape de su desgarro emocional, como respiro catártico.
La mayoría de las veces, estos asesinatos ocurren sin una agresión previa, es decir, sin evidencias de advertencia
Aunque prácticamente cualquier persona, en función de una variedad de factores, podría llegar a matar, en casos de parricidios sin una profunda enfermedad mental, prevalece la conducta anti-social, el historial de abuso, problemas emocionales o trastornos de la personalidad. En este sentido, podría agregarse algún tinte psicopático. Destaca que, la mayoría de las veces, estos asesinatos ocurren sin una agresión previa, es decir, sin evidencias de advertencia.
El matricidio a manos de un menor rompe todo esquema racional. Se desintegra la inocencia inherente a su edad. En crímenes de este calibre subyace, siempre, el eterno debate. Si el mal nace o se hace.
Biografía
Carmen Corazzini estudió periodismo y Comunicación Audiovisual. Se especializó con un máster en ‘Estudios Avanzados en Terrorismo: análisis y estrategias’ y otro en ‘Criminología, Victimología y Delincuencia’.
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