OPINIÓN

El fantasma del Prestige se aparece en Génova

Una voluntaria recogía pellets de plástico en la playa coruñesa de O Portiño.
Una voluntaria recogía pellets de plástico en la playa coruñesa de O Portiño.
Cabalar / EFE
Una voluntaria recogía pellets de plástico en la playa coruñesa de O Portiño.

Galicia es la primera estación de Alberto Núñez Feijóo en la inesperada travesía del desierto en la oposición que debe afrontar este año. La fecha y las condiciones de los comicios, adelantados por Alfonso Rueda, le son favorables pero un indeseado invitado pretende colarse en la cita: el inoportuno vertido de un carguero en la costa atlántica ha hecho aparecerse el fantasma del Prestige en la sala de máquinas de los populares.

No se trata de petróleo ni fuel, afortunadamente, pero lo que ha llegado a las costas gallegas e, incluso, asturianas, son ingentes cantidades de unos microplásticos denominados pellets, que son nocivos y contaminantes a todas luces y de los que aún está por aclarar su posible toxicidad. Hasta aquí, el relato podría ser el de un accidente marítimo con consecuencias en el litoral gallego como ha ocurrido ya tantas otras veces, pero la cercanía de las elecciones autonómicas y la estrategia de confrontación que el PP alimenta entre sus barones y la Moncloa de Sánchez puede derivar en un desastre aún mayor para los gallegos y sus playas.

Cuando en noviembre de 2002, hace ahora más de 21 años, un petrolero llamado Prestige se partió en dos frente a las costas de Galicia con 77.000 toneladas de crudo en su interior el gobierno de la Xunta estaba presidido por Manuel Fraga y el de España por José María Aznar. No había elecciones autonómicas ni generales a la vista pero la oleada de indignación popular sobre cómo se gestionó el desastre y se intentó ocultar su gravedad marcó el comienzo del declive de los gobiernos de Aznar, que perdió el poder en 2004.

El ‘Nunca mais’ que recorrió Galicia y España por entonces se transformó en un recurrente eslogan contra los gobiernos del PP y en una alerta sobre las consecuencias para cualquier político cuando pretende ocultar o minusvalorar situaciones adversas a la ciudadanía. No parece, sin embargo, que haya intención de aprender del pasado.

En este comienzo de 2024, además, tenemos a una Xunta presidida por el reciente sucesor de Nuñez Feijóo, que se juega en poco más de un mes la primera victoria frente a Sánchez tras el fiasco del 23-J, y a un Gobierno de la nación presidido por el enemigo a batir desde todas las autonomías del PP. Malos palos para levantar el necesario ambiente de cooperación entre administraciones.

Por el momento ya estamos asistiendo a disputas en cuanto a las fechas de conocimiento del vertido: mediados de diciembre para unos, apenas unos días antes de Reyes, para el presidente Rueda. Se suceden también estos días imágenes de ciudadanos voluntarios recogiendo las ‘bolitas’, como cariñosamente las prefieren llamar desde la Xunta, y, por supuesto, de candidatos de la oposición recorriendo las playas criticando la gestión del vertido.

Desde Madrid, la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera ya ha ofrecido la colaboración de la Administración central y dicho que no entiende por qué la Xunta todavía no la acepta. Los ayuntamientos y concejos gallegos, a quienes ésta ha derivado la limpieza de playas y costas, claman de indignación por una responsabilidad a la que aseguran no poder hacer frente.

De seguir así, los pellets de las navidades del 24 pueden convertirse en la tormenta perfecta para el presidente Rueda y sus opciones de victoria el próximo febrero. En Génova hay dirigentes que saben lo que en su día supuso el Prestige y también lo que un fracaso en Galicia representaría ahora para Feijóo, pero deben estar más pendientes de que mañana Sánchez pierda la votación de sus primeros decretos en el Congreso.

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