Dindón, dindón… Con los cuartos a punto de sonar y el carillón a horas de bajar, la televisión pública nos amenizó la Nochebuena con una sorpresa mayúscula. Un regalo que ni Papá Noel, el Olentzero o el Tió de Nadal podrían haber traído o imaginado: un especial de Camela que arrasó en audiencias y en impacto social homenajeando los 30 años de un grupo patrio que pasó de copar los cassettes de las gasolineras a quitarles, según ellos, el número uno a las Spice Girls.
El merecido reconocimiento de un país a una institución musical a la que muchas veces se ha maltratado, ridiculizado o incluso discriminado por racismo. Las canciones de Ángeles y Dioni nos llevan acompañando 30 años, haciendo de nuestras verbenas y fiestas populares lugares más divertidos y únicos.
Y es que, ahora que el año acaba y que todo son deseos y ruegos, a mí me gustaría pedir (a todos en general) que aprendamos a valorar más lo nuestro, lo autóctono, lo genuino y especial. Aquello por lo que destacamos fuera, esas producciones como La casa de papel, Vis a vis, Las chicas del cable o ¿por qué no? La casa de los retos.
Que escuchemos más música de la nuestra, que se agoten las entradas de los conciertos de la Pantoja o Miss Caffeina tanto como las de Taylor Swift o Bad Bunny. Que en nuestras playlists de villancicos suene antes el último de Edurne que el manido de Mariah Carey; que en nuestras listas de éxitos dominen Aitana, Manuel Carrasco o Rosalía antes que el cansino reguetón.
Puede sonar a utopía, pero puede convertirse en realidad. Ojalá los gobiernos, los medios, las campañas de marketing, etc, pusieran más el ojo en lo nuestro. Ojalá mandemos a Eurovisión algo cañí; ojalá Camela siga vendiendo miles de entradas, aunque no sea cierto eso de que desbancaron a las Spice. Genio y figura. Sí son.
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