Diego Carcedo Periodista
OPINIÓN

Enfadando a los amigos

El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, junto al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su encuentro en Jerusalén.
El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, junto al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su encuentro en Jerusalén.
EUROPA PRESS
El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, junto al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su encuentro en Jerusalén.

La democracia nos reconcilió a los españoles con medio mundo. Basta recordar el pasaporte que teníamos donde aparecían todos los países a los que no podíamos viajar bajo la Dictadura. Los gobiernos de Adolfo Suárez, Calvo Sotelo, Felipe González y José María Aznar tuvieron que emplearse a fondo para recuperar las buenas relaciones con todos. Entonces no se tuvo en cuenta la ideología de sus gobiernos. Sólo su condición soberana, reconocida por las Naciones Unidas.

Durante varias décadas España fue en este terreno un país modélico, pudo incorporarse a la Unión Europea y pasó a ser valorado internacionalmente por su ejemplo conciliador y respetuoso con las circunstancias ajenas. El último con el que se establecieron relaciones fue Israel: la herencia del franquismo que consideraba al judaísmo como el gran peligro para el régimen dejó un temor desorbitado a la represalia de los países árabes. La diplomacia tuvo que emplearse a fondo para salvar el escollo.

Fueron unas relaciones fructíferas, como muchas otras, mientras duraron. Ahora inesperadamente se están viendo empañadas por la escasa cautela del presidente Pedro Sánchez al manifestar su opinión sobre el conflicto entre Israel y el terrorismo de Hamás. Para hacerse una idea sobre el error, basta recordar lo que unos años atrás hubiese ocurrido si un Gobierno extranjero se hubiese pronunciado a favor del terrorismo de ETA en la lucha por erradicarlo.

Israel, que es un país con muchos resortes internacionales, montó en cólera, llamó a consultas a su embajadora en Madrid y mucho se teme que el enfado vaya para largo, más cuando el criterio de Sánchez choca con el de los Estados Unidos y el resto de la UE. No es el último roce en las relaciones exteriores generada por la actitud contradictoria del señor Sánchez, influido quizás por el ambiente extremista y que le rodea: en sólo una semana ha protagonizado actuaciones que, lejos de preservar las amistades e intereses de España, los ha sacrificado.

Argentina, un país tan próximo, estrena estos días presidente. En elecciones democráticas correctas, fue elegido el candidato que a un entrometido Sánchez no le gustaba —bien es verdad que un tanto esperpéntico y con ideas polémicas— y al que ignorando que había sido votado por los argentinos, no desde la Moncloa, el que será su colega español en los próximos años, se negó a felicitarle. Menos mal que el rey Felipe VI ejercerá sus funciones de jefe del Estado y viajará a Buenos Aires para asistir a su toma de posesión y salvar el error del Gobierno

Algo parecido, y ya van tres, está ocurriendo con Italia, un país miembro fundador de la Unión Europea, tan próximo en todos los sentidos, cuya primera ministra del gobierno democrático —elegido por los italianos, no impuesto por las armas ni fruto de un golpe de Estado— al su colega español no le gusta y en pleno ejercicio de la Presidencia comunitaria, Sánchez cometió la intromisión de criticar su condición ultraconservadora. La señora Meloni no se dignó responder.

Fue su ministro de Exteriores, Antonio Tajani, expresidente del Parlamento Europeo y un político siempre vinculado a España —habla un español impecable—, como lo demuestra la calle en Gijón que lleva su nombre en una prueba de agradecimiento a la ayuda prestada a los trabajadores asturianos cuando era miembro de la Comisión en Bruselas. Tajani con 'fineza diplomática' poco agresiva salvó la situación sin que llegase a crearse algún conflicto con una breve afirmación y una demoledora pregunta: "Italia respeta el Estado de derecho, ¿ocurre lo mismo en España?".

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