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Yolanda Díaz, la abogada laboralista que no quería ser ministra pero va a jurar por segunda vez como vicepresidenta

Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo
Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo
Carlos Gámez
Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo

La imagen que encabeza estas líneas data del pasado jueves, cuando el presidente Pedro Sánchez fue reelegido para seguir encabezando el Gobierno por el Congreso. Tras la votación, Yolanda Díaz (Fene, 1971) se fundió en un caluroso abrazo y dio varios besos a Sánchez, que el día anterior se había enorgullecido ante la cámara de no esconder que él y Díaz se llevan "bien". Y es que si hay algo que define la estrategia comunicativa de la líder de Sumar es eso: la conciencia de que el PSOE y su formación se necesitan mutuamente para que el bloque progresista pueda gobernar y el rechazo a hacer "ruido" y escenificar sus diferencias políticas —que las hay— con los socialistas. 

"La política no va de gritar mucho, sino de arreglar problemas y tender la mano", afirmaba a ese respecto Díaz durante la campaña electoral del 23 de julio, la primera en la que era su cara la que aparecía en los carteles electorales en unos comicios generales. La vicepresidenta ha cimentado su buena imagen en las encuestas en una gestión con éxitos como la subida del salario mínimo o la reforma laboral, pero también en su melosidad en las formas. Sin embargo, Díaz también sabe ser extremadamente dura cuando lo considera necesario, como han podido comprobar tanto los agentes sociales como sus propios compañeros en Sumar, donde varias de sus últimas decisiones han sido muy controvertidas y han alejado de ella a aliados como IU y también a adversarios declarados como Podemos.

La vicepresidenta, sin embargo, se mueve como pez en el agua en estos conflictos, quizá porque su vida ha estado vinculada a la política prácticamente desde su nacimiento, como ella recuerda con frecuencia. Hija del histórico sindicalista gallego de CCOO Suso Díaz —a quien la líder de Sumar se refiere con mucha frecuencia públicamente— y de la activista Carmela Pérez, ya fallecida, la ministra tomó contacto desde muy pequeñita con las reuniones políticas en su propia casa de Ferrol, donde creció. Recuerdos que, como cuentan varios allegados que la conocen desde hace años en la biografía La Dama Roja (Ediciones B, 2022), tienen casi siempre como escenario una mesa rodeada de humo de tabaco, un producto que Yolanda Díaz no soporta.

El compromiso político en primera persona de la ministra, no obstante, comenzó a tomar forma durante su etapa universitaria, en Santiago de Compostela, donde estudió Derecho, y posteriormente se afianzó a su vuelta a Ferrol, donde comenzó a ejercer como abogada laboralista. Allí le llegaría su primera oportunidad de figurar en un cartel electoral: en 1999, con apenas 28 años, encabezó la lista de IU al Ayuntamiento de Ferrol en medio de una enorme crisis interna dentro de la formación. Las perspectivas no eran buenas y Yolanda Díaz ni siquiera obtuvo representación parlamentaria. Pero en 2003 la dirigente sí consiguió acta de concejala y, cuatro años después, llegó incluso a ser teniente de alcalde en un pacto con el PSOE que apenas duró un año por fuertes desavenencias internas.

El siguiente salto de Díaz fue de la arena local a la autonómica, en 2012. Y no lo hizo sola, sino de la mano del histórico dirigente nacionalista gallego Xosé Manuel Beiras, quien, tras escindirse del BNG y fundar Anova, suscribió una coalición con la IU que comandaba Yolanda Díaz en Galicia, una organización fuerte a nivel local pero que siempre se estrellaba en los comicios autonómicos. Funcionó: la Alternativa Galega de Esquerdas (AGE) que salió de aquel pacto se hizo con prisas y sin apenas rodaje, pero consiguió a la primera de cambio ser tercera fuerza en el Parlamento de Galicia y superar con holgura al sempiterno BNG.

Uno de los asesores más próximos de Díaz en aquella campaña gallega de 2012 fue un por entonces desconocido Pablo Iglesias, a quien la ahora vicepresidenta conocía de años atrás por la militancia de ambos en la Unión de Juventudes Comunistas de España (UJCE), pero con quien forjó entonces una estrecha amistad. De hecho, Iglesias siempre ha asegurado que el gran laboratorio de pruebas de lo que posteriormente fue Podemos estuvo situado, en buena parte, en aquella campaña en Galicia. Y Díaz, siempre con su estilo, presume de ser experta en "mistura" y de tener una amplia experiencia en dejar en un segundo plano las siglas de los partidos si con ello consigue poner en marcha un proyecto más potente.

La experiencia de AGE terminó con Yolanda Díaz y Beiras fuertemente enfrentados, pero ofreció a la dirigente una tribuna para enfrentarse por primera vez cara a cara con el entonces presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, a quien Díaz siempre presume de conocer muy bien y de quien dice que, bajo su apariencia de moderación, esconde un radical de derechas en política económica. Además, el éxito de AGE se vio refrendado en 2015, cuando la eclosión de Podemos y su unión al pacto de las izquierdas en Galicia dio pie a que En Marea —el nuevo nombre que adoptó la alianza entre Anova, IU y, desde entonces, Podemos— fuera segunda fuerza en las elecciones generales y también en las autonómicas de 2016, superando en ambas al PSOE. 

El salto al Congreso

Con ese auge, Yolanda Díaz dio su segundo gran salto, de la arena autonómica a la nacional, y consiguió acta de diputada en el Congreso. Allí pasó a ocuparse de los asuntos relativos a la política laboral, con un perfil público no demasiado conocido, pero dentro del círculo de confianza de Iglesias. Suyo fue, por ejemplo, el protagonismo cuando Unidas Podemos decidió rechazar en 2019 las conclusiones del llamado Pacto de Toledo para la reforma de las pensiones, una estrategia que posteriormente se demostraría acertada para los morados, que en la pasada legislatura han conseguido una reforma más ambiciosa de la que se planteaba entonces.

No obstante, el gran salto de la carrera de Díaz se produjo en 2020, cuando fue nombrada ministra de Trabajo en el Gobierno de coalición, no sin resistencias por su parte, como ha contado más de una vez públicamente. Allí ha hecho del acuerdo con los agentes sociales su sello: varias subidas del salario mínimo, aunque no todas, se han aprobado con apoyo de sindicatos y patronal, lo mismo que la reforma laboral o la llamada ley rider. Y Díaz ha priorizado el acuerdo incluso aunque renunciar a algunas aspiraciones la ha llevado a recibir críticas de partidos próximos ideológicamente a ella, como ERC y EH Bildu, que votaron contra la reforma laboral acusando a la ministra de tibia.

Su estilo calmado y sus medidas, no obstante, le hicieron ganar popularidad y, con la llegada de la pandemia y la aprobación de los ERTE, Díaz pasó a colocarse consistentemente como una de las ministras mejor valoradas. Y con ese bagaje, Pablo Iglesias la designó como líder de Unidas Podemos y futura candidata a la Presidencia del Gobierno en marzo de 2021, cuando dejó por sorpresa el Consejo de Ministros para presentarse a las elecciones anticipadas de la Comunidad de Madrid.

Pero la vicepresidenta, que —según dice— dudó seriamente antes de aceptar el encargo, tenía un camino en la cabeza muy diferente al planeado por Iglesias. Y eso, poco a poco, ha ido distanciando a dos dirigentes que eran grandes amigos y que ahora son adversarios íntimos. Casi desde el principio, Yolanda Díaz evitó dar a Podemos el papel preponderante que, hasta ese momento, los morados habían tenido dentro del espacio a la izquierda del PSOE. Y esas desavenencias tuvieron su punto culminante en la elaboración de las listas para las pasadas elecciones generales, donde Díaz vetó la presencia de la número dos morada, Irene Montero, y dejó a Podemos con cinco escaños, los mismos que una IU a la que los morados siempre habían visto como su hermana pequeña.

El veto a de Sumar a Montero terminó de hacer explotar unos puentes que ya estaban muy maltrechos, y la conformación del nuevo grupo parlamentario en el Congreso no ha hecho más que empeorar las cosas. Díaz decidió personalmente —y contra la opinión de algunos de sus colaboradores más cercanos— excluir tanto a Podemos como a IU y Más Madrid del reparto de portavocías del grupo de Sumar en la Cámara Baja, algo que, obviamente, sentó fatal a esos partidos. Y, ahora, la vicepresidenta también ha bloqueado la presencia de los morados en el Consejo de Ministros, mientras la de IU sigue en duda. 

Pero la líder de Sumar no se arredra pese a que la relación con Podemos esté rota y la que tiene con IU, aunque sigue siendo buena, se haya resentido. De hecho, Díaz está terminando de preparar el que será el próximo paso de Sumar: conformar oficialmente sus estructuras y convertirse en un partido político al uso, eso que dijo que nunca sería. El pasado viernes, Sumar inició una campaña de donaciones para sufragar los gastos de la celebración de ese congreso fundacional, que aún no tiene fecha. El objetivo, como siempre dice Díaz, "un proyecto para la próxima década".

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