Borja Terán Periodista
OPINIÓN

El mejor musical de Madrid: The Book Of Mormon

Actualiza una historia sobre creencias, prejuicios, mentiras y brechas sociales acudiendo a la esencia de la imaginación del musical de siempre, esa imaginación que puede con aquello que se proponga.
Parte del elenco de The Book of Mormon en Madrid
Parte del elenco de The Book of Mormon en Madrid
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Parte del elenco de The Book of Mormon en Madrid

El género de los musicales teatrales también sufre cómo nuestra paciencia está siendo devorada por el hiperconsumo de stories de Instagram, bailes de Tiktok y retuits de fastnews (información de usar y olvidar). No tenemos tiempo para pararnos a respirar el presente y la nostalgia se ha convertido en reclamo recurrente. Nos refugiamos en recuerdos seguros que se quedaron en la memoria en épocas en las que no estábamos rodeados de tanto frenesí de impactos audiovisuales. Si hay una generación que siempre vuelve a series como Friends, en los musicales teatrales da la sensación que se reciclan constantemente clásicos que están instalados en el imaginario cinematográfico clásico. De Chicago a Aladdín. Y de ahí no nos movemos demasiado. De hecho, se ha ido interiorizando la idea de que si el espectador no tiene la historia mitificada en su cabeza, puede costar movilizar a la población a ir al teatro. Eso es: mentira.

Lo demuestra The Book of Mormon (Teatro Calderón). Sin duda, el mejor musical de la temporada de Madrid. Y no es una temporada que sea fácil, pues la competencia es feroz y efectista. Pero esta adaptación, dirigida por David Serrano, actualiza una historia sobre creencias, prejuicios, mentiras y brechas acudiendo a la esencia de la imaginación del musical de siempre, esa imaginación que puede con aquello que se proponga.

¿Cómo alcanzar esa imaginación? Para empezar, hay que crear la caja escénica que nos aísla del mundo exterior y sus ruidos. La inteligencia de esta producción está en que mantiene la artesanía de los decorados que dan ganas de tocar. No se contamina con la fanfarria de las intercambiables pantallas de leds y nos sugestiona a través de los juegos de atrezo capaces de conseguir que el espectador adulto mire el espectáculo con los ojos de la ingenuidad de tiempos más despreocupados.

Las diferentes puestas en escena del The Book of Mormon español giran entorno a una especie de colorista basurero de reciclaje de aquello que mandamos a los países más pobres, pues ya no lo queremos, pues ya nos sobra, pues se nos rompió de tanto usarlo. Lo donamos, sí, creyéndonos generosa gente de bien. 

Y empieza la obra, y los personajes irrumpen en el patio de butacas. Incomodando a más de un espectador. Como un desconocido que llama a la puerta de tu intimidad. Así el público va conociendo de cerca a un casting de extraños maravillosos a los que terminas entendiendo. Porque todos nos hemos sentido alguna vez incomprendidos como ellos. Porque todos somos tan diferentes, tan iguales, tan raros. 

Al frente, los actores Alejandro Mesa y Jan Buxaderas, ambos abrazan la perfección de la imperfección de los dos protagonistas. Dos mormones percatándose de que la vida no es como su libro mágico les guió. Un elenco con trasfondo. Su elección se basa en la calidad de su cualidad artística y no se ata al señuelo de un cabeza de cartel forzado, como sucede en otras obras.  

Esta adaptación de SomProduce es brillante también por su habilidad en atreverse a pinchar, enfrentándonos a sentimientos universales desde la modernidad de un guion que habla el idioma de hoy. Y, además, lo baila. Y cómo lo baila. Las coreografías tampoco se quedan en lo obvio, dibujando una comunicación no verbal en el aire que aupa la corrosión del maravilloso libreto original. Corrosión que relativiza lo que impregna, tan importante para la vida en general. Se nota que detrás está el coreógrafo Iker Karrera, que ya ha hecho lo propio con el nuevo Mamma Mía.

Con tantos matices, canciones y bailes encajados en sus dos horas y cuarto de duración, The Book of Mormon no permite al espectador bajar la guardia. La historia está todo el rato arriba gracias a que no se queda a medias tintas y sabe saltar sobre las líneas de lo políticamente correcto. Un disfrute para los sentidos que fluye al congregar ironía, emoción y retrato social a partes iguales. Y el mejor entretenimiento, el que se queda en nuestra memoria, no es el que sólo distrae y ya. Sobre todo es el que te deja pensando. Incluso desafía nuestros prejuicios desde la sonrisa infantil que, por suerte, seguimos siempre llevando dentro. Aunque algunos piensen que se pierde por el camino.

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