OPINIÓN

A por la gloria literaria

“Mi marido y yo visitamos nuestra ciudad natal y fuimos a una tienda de libros de segunda mano a la que solíamos ir. Cogí un libro y cuando lo abrí me encontré un carné de estudiante de un colegio. ¿El nombre y la foto del documento? Los de mi marido. Resulta que su madre había donado libros a esa tienda muchos años antes”.
Imagen de archivo de una librería.
PIXABAY / BBOELLINGER
“Mi marido y yo visitamos nuestra ciudad natal y fuimos a una tienda de libros de segunda mano a la que solíamos ir. Cogí un libro y cuando lo abrí me encontré un carné de estudiante de un colegio. ¿El nombre y la foto del documento? Los de mi marido. Resulta que su madre había donado libros a esa tienda muchos años antes”.

Como el culto lector ya debe de saber, la calidad literaria de un libro es inversamente proporcional a sus ventas. El Quijote, en efecto, tiene una calidad calamitosa. Y la Biblia y tantos otros best sellers históricos e internacionales también dejan mucho que desear. Esta boutade tan simpática y nada irónica -por si alguien no lo pilla- me sirve para rememorar aquí a Juan Benet, un carismático escritor con mucha presencia en la España literaria de los años 80 y principios de los 90. Él, que era ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, amén de escritor, empantanó la provincia de León -para desgracia de sus pueblos sumergidos-, inundó las bibliotecas públicas de sus novelas sin lectores -faulknerianas, se decía, por sus subordinadas largas y enrevesadas- y acuñó la aseveración sobre ventas y calidad que encabeza este artículo.

Ahora, por fin, gracias a la Asociación Colegial de Escritores -que preside con eficacia y dedicación de activista el escritor Manuel Rico-, los autores vamos a saber el verdadero valor literario de nuestros textos. Hasta hace poco uno debía fiarse del editor; tras el acuerdo de la ACE con CEGAL, los datos de ventas podrán conseguirse directamente de los libreros.

Recuerdo una conversación con el editor Manuel Fernández-Cuesta. Me respondió con socarronería que algunos editores mentían a los autores, sí, pero no para quedarse con su escaso dinero, sino para que no se llevaran un disgusto, para que su frágil ego no se derrumbara del todo al descubrir que, en realidad, vendían incluso menos de lo que se creían. Lo que el bueno de Fernández-Cuesta no sabía es que yo entonces deseaba conocer los números de mis libros no para reclamar más dinero, sino para comprobar su verdadero calibre literario. Para mí, Benet era un ejemplo a seguir, salvo en su idea de un León sumergido y en sus subordinadas dizque faulknerianas, un faro hacia el que dirigirme. Había que hacer por vender poco, por no vender nada. Había que intentar que tu novela solo estuviera en la librería de tu abuela.

"Hoy solo se considera que tiene valor lo que vende mucho. Es el triunfo de un modo de vida más práctico"

Benet vendía tan poco que probablemente sea, hoy en día, uno de los autores con más grandeza de la historia de la literatura española. También es verdad que los tiempos han cambiado y lo que antes era vender poco ahora es suficiente, y lo que antes era vender algo, ahora es mucho. O sea que, contra lo que se cree, la calidad literaria no ha dejado de crecer desde que se inició el siglo XXI.

Juan Benet incluso fue finalista del premio Planeta con El aire de un crimen, una novela que transcurre en Región, esa especie de León recóndito, perdido y derrotado -el que él conoció y ayudó a inundar-, en el que el crimen está implícito en todas sus líneas, pero nunca las protagoniza del todo. Eran tiempos en los que el Planeta buscaba a menudo a escritores de un prestigio colosal para sus fiestas. Durante un año o dos, ese escritor de tanta calidad se rebajaba a ganar mucho dinero con su libro, a disminuir la reputación de su arte para ver cómo aumentaba su cuenta corriente.

En algún momento de nuestra trayectoria europea, se confabularon los dos caminos, el artístico y el comercial, para fusionarse en un único sendero. De manera que hoy solo se considera que tiene valor lo que vende mucho. Es el triunfo de un modo de vida más práctico, más lógico quizás para las editoriales -que han dejado de ser bohemias-, pero con algunos efectos colaterales: los famosos de la tele han descubierto su vocación de novelistas.

Pero yo quiero reivindicar la figura marciana de Juan Benet, una figura sin herederos porque despreciaba las ventas y se enorgullecía de sus libros difíciles, que solo leían sus discípulos -a veces regañando a quienes no éramos capaces de terminar el primer capítulo de Saúl ante Samuel-. E insisto: hay que intentar que solo compre el libro tu abuela o, como mucho, tu madre. Alejad a los hermanos, primos, cuñados y amigos de vuestras obras maestras, no digamos ya a los desconocidos. Y a por la gloria literaria, ¿acaso hay ficción más divertida, más fructífera -y más literaria- que esta?

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