Francisco Gan Pampols Teniente general retirado
OPINIÓN

El odio a escena

Una visión general de la destrucción después de que un misil palestino apuntara a una comisaría de policía en Sderot, en medio de los combates en curso entre Israel y el grupo militante palestino Hamas.
Destrucción de un misil palestino sobre una comisaría de policía en Sderot, s.
DPA vía Europa Press
Una visión general de la destrucción después de que un misil palestino apuntara a una comisaría de policía en Sderot, en medio de los combates en curso entre Israel y el grupo militante palestino Hamas.

Mucho se ha hablado -y se hablará- sobre el conflicto palestino-israelí a raíz del ataque de las brigadas Al Qassam (brazo armado de Hamás) y la Yihad islámica (una escisión de Hamás) a territorio israelí el pasado 7 de octubre. De entre todo el marasmo de afirmaciones, "verdades inmutables", razones y argumentos hay uno que apenas se emplea y que es, desde mi punto de vista, el más relevante y sobre el que menos se puede actuar a través de la negociación o el acuerdo: se trata del odio.

Al margen del objetivo político del ataque, rastreable a través de la confluencia de intereses entre Irán, Qatar, Hamás, Hezbollah y Siria, entre otros, lo que alimenta de verdad la acción, y no únicamente en la zona de conflicto, es el odio irracional, visceral, que existe hacia el pueblo judío de parte de una gran mayoría de árabes y musulmanes          -sunitas y chiitas, ahí están de acuerdo- que habitan en todos los países origen o destino de la emigración que se ha producido desde la Nakba (catástrofe) de 1948, cuando unos 750.000 palestinos fueron desplazados de sus hogares por la creación del estado de Israel; conviene recordar aquí que 800.000 judíos tuvieron que abandonar los países árabes vecinos por idéntico motivo al ser declarados no gratos.

Ese odio del lado árabe y musulmán es correspondido por una parte de la sociedad israelí y de la comunidad judía internacional que no contempla otra solución que la expulsión de todos los palestinos o su asimilación voluntaria, y la creación de un estado de Israel -con capital en Jerusalén- incorporando las actuales Cisjordania y franja de Gaza. Es en este escenario donde se está produciendo una guerra de extrema crueldad en la que se hace ostentación de la barbarie.

El potencial desestabilizador de esta guerra se magnifica por la actitud, en ocasiones irresponsable, de algunos partidos políticos

El sumidero moral que suponen las redes sociales difunde imágenes de una violencia inconcebible en el siglo XXI buscando exacerbar el odio y las pasiones más deleznables para polarizar, más si cabe, a unas sociedades poco cohesionadas en general y muy enfrentadas por causas endógenas atribuibles al encadenamiento de crisis que se llevan produciendo desde 2008.

El potencial desestabilizador de esta guerra se magnifica por la actitud, en ocasiones irresponsable, de algunos partidos políticos de todas las latitudes que utilizan el conflicto para acentuar perfiles en uno u otro sentido, contribuyendo a aumentar el desconcierto y el enfrentamiento interno.

Para paliar lo anterior, procede una condena sin paliativos del ataque de Hamás y aliados sobre Israel, conviene una crítica severa y sin matices a la barbarie vivida y a las actividades criminales que se han producido, exigiendo justicia hasta sus últimas consecuencias.

Procede, igualmente, la exigencia a Israel de proporcionalidad en la respuesta, de no abusar del derecho inalienable e imprescriptible a la autodefensa, de la minimización de daños colaterales y del respeto escrupuloso a la vida de todos los no combatientes, exigiendo igualmente responsabilidades ante cualquier extralimitación.

Israel no puede desaparecer, su lucha es existencial y hasta las últimas consecuencias; los palestinos no pueden seguir marginados ni sojuzgados por más tiempo

El odio que todo lo ciega y todo justifica va a hacer muy difícil lidiar con la situación que se avecina haciendo casi imposible una estrategia de salida para ambos bandos, máxime cuando terceros países están interesados en mantener vivo el enfrentamiento por intereses espurios. Es obligado intentar por unos y otros -vecinos e interesados- una aproximación que conduzca a la detención del enfrentamiento y a una apertura de negociaciones para contener, siquiera temporalmente, la tormenta que ha estallado ya. Un viejo aforismo explica bien la situación: "Hasta que no quieran más a sus hijos de lo que nos odian a nosotros el conflicto no se resolverá".

Israel no puede desaparecer, su lucha es existencial y hasta las últimas consecuencias; los palestinos no pueden seguir marginados ni sojuzgados por más tiempo, y ambos, israelíes y palestinos, tienen que decidir convivir o bien seguir persiguiendo un futuro imposible con la aniquilación mutua como solución final.

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