La extinción masiva de especies está mutilando ramas enteras del “árbol de la vida”

  • Los científicos reiteran que el ser humano está provocando la sexta extinción masiva en la historia terrestre.
  • En los últimos 500 años el ritmo de extinción se ha multiplicado por 35, y será 10 veces mayor en 2100.
La paloma migratoria cubría los cielos de Norteamérica. La caza masiva y la deforestación la extinguieron a comienzos del siglo XX.
La paloma migratoria cubría los cielos de Norteamérica. La caza masiva y la deforestación la extinguieron a comienzos del siglo XX.
Smith Bennett / Wikipedia
La paloma migratoria cubría los cielos de Norteamérica. La caza masiva y la deforestación la extinguieron a comienzos del siglo XX.

Estamos acostumbrados a que en la política y en los medios se utilicen términos grandilocuentes y alarmistas para aumentar el impacto. Por no citar ejemplos de la política nacional, que abundarían, pensemos: en los últimos años, ¿cuántas veces hemos leído en titulares “Tercera Guerra Mundial”? ¿A quién, y por qué bendita razón, se le ocurrió la brillante idea de llamar a la enfermedad hemorrágica epizoótica de los rumiantes “el covid de las vacas”? La ONU parece a veces especialmente aficionada a este tipo de ejercicio, como si algunos discursos y notas de prensa los escribiera el mismísimo Lovecraft.

En concreto y cuando se trata de hablar del cambio climático o de la destrucción medioambiental en general, los expertos llevan años discutiendo sobre la conveniencia o no de utilizar este tipo de lenguaje apocalíptico. Sus defensores alegan que es el mejor modo de plasmar la magnitud y la gravedad del problema, pero sus detractores, que los hay, arguyen que puede causar el efecto contrario al deseado, desensibilizar a la gente en lugar de llamar a la acción. Hastiar por exceso, como las letras de Bunbury.

Otro problema es que este uso desmedido habitual de megacalificativos hipercatastróficos puede hacer que la gente interprete como tales los que no son tales, sino simples definiciones científicas. Por ejemplo, desde hace años los científicos han discutido si estamos viviendo la sexta extinción masiva del planeta Tierra. Y el motivo por el que lo han discutido es porque “extinción masiva” no es una libre licencia creativa como “las puertas del infierno”, sino un término científico que hace referencia a un evento que causa la desaparición de una mayoría de especies del planeta —suele hablarse de al menos un 75%— en un periodo geológico corto —“corto”, en geología, puede ser hasta un par de millones de años—.

En la historia de la Tierra se han producido cinco eventos de extinción masiva, el último de ellos, el más popular, el que acabó con los dinosaurios no aviares y otras muchas especies hace 66 millones de años. Y si hoy a veces se oye por ahí que los científicos aún discuten si estamos o no en la sexta extinción masiva —aunque cada vez parece haber más acuerdo en que sí—, esto no debe llevar a error (o a negacionismo): lo que se discute es si se cumplen esos criterios para equiparar la situación actual a esas cinco grandes.

Extinción acelerada de géneros enteros

Numerosos estudios han establecido que la irrupción del Homo sapiens en este planeta ha causado y está causando una sangría de especies —incluyendo posiblemente a todos nuestros parientes más próximoscomo no se había visto en este planeta en decenas de millones de años, en este caso sin asteroides ni catástrofes volcánicas; somos solo nosotros.

La evolución biológica en la Tierra es un juego de especies que aparecen y desaparecen, por lo que en todo momento hay una cierta tasa de extinción de especies. Pero según cálculos del mexicano Gerardo Ceballos, el estadounidense Paul Ehrlich y sus colaboradores, en el último siglo la tasa de extinción de vertebrados ha multiplicado por 100 la que se produce de forma natural entre dos grandes extinciones (aunque otras estimaciones han abierto una horquilla de entre 10 y 10.000). El número de especies extinguidas en un siglo habría tardado entre 800 y 10.000 años en desaparecer si nosotros no estuviésemos aquí. Y la Tierra tardará millones de años en restaurar esta pérdida de biodiversidad (o tardaría, si desapareciéramos).

Ceballos y Ehrlich han publicado un nuevo estudio en el que amplían el foco de las extinciones de especies a categorías de orden superior, como géneros, familias y órdenes. Para ilustrar, nosotros somos la especie sapiens del género Homo; hoy no hay otras especies en nuestro género, pero las hubo, como por ejemplo los neandertales y otras. Pertenecemos a la familia de los homínidos, que incluye a los grandes simios: chimpancés, bonobos, gorilas y orangutanes. Y a su vez los homínidos estamos englobados en el orden de los primates, que incluye a todos los monos, lémures y otros. Pensemos en lo que supone la extinción total de un género; un ejemplo hipotético, Canis. Si desaparecieran todas sus especies, ya no habría en la Tierra perros, lobos, chacales, coyotes ni dingos australianos. Todos extinguidos.

La extinción de géneros en los últimos 500 años habría tardado 18.000 años de no ser por el impacto humano

Los dos investigadores han examinado más de 34.000 especies extinguidas o amenazadas pertenecientes a 5.400 géneros de vertebrados terrestres. Ceballos y Ehrlich muestran que desde el año 1500 se han extinguido por completo dos órdenes, 10 familias y 73 géneros de vertebrados, la mayoría de aves (44), seguidas de mamíferos, anfibios y reptiles. En ocasiones la extinción de una especie también es la de todo su género; ha sido el caso del famoso dodo de Mauricio, la paloma migratoria que antiguamente cubría los cielos de Norteamérica, el delfín del río Yangtsé o el tilacino, el lobo marsupial de Tasmania. Dado que sus géneros respectivos comprendían una única especie aún superviviente, su desaparición borró de la Tierra todo su género.

La tasa de extinción que obtienen para los últimos 500 años es 35 veces mayor que la del millón de años anterior; calculan que la desaparición de estos géneros en cinco siglos habría tardado 18.000 años de no ser por el impacto humano. Todo esto se refiere solo a los vertebrados terrestres, sin contar los miles y miles de especies, géneros, familias y demás categorías que están desapareciendo en todo el árbol de la vida terrestre. Recordemos: 35 veces más extinciones en los últimos 500 años, 100 veces más en el último siglo. Y va a peor: si sigue la tendencia actual, todos los géneros hoy amenazados de extinción habrán desaparecido para 2100, lo que habrá multiplicado por 353 el ritmo natural de extinciones.

Aniquilación biológica

Con la invasión de los entornos naturales, la contaminación, el cambio climático y otra infinidad de agresiones al medio ambiente estamos perdiendo, o sin eufemismos, destruyendo, ramas enteras de la evolución que perduraron durante millones de años y que ya nunca volverán a existir. Por todo ello, Ceballos y Ehrlich hablan de una “mutilación del árbol de la vida”, una “aniquilación biológica”. ¿Más términos apocalípticos? “Como científicos, debemos tener cuidado de no ser alarmistas”, dice Ceballos, añadiendo: “Sería poco ético no explicar la magnitud del problema, ya que nosotros y otros científicos estamos alarmados”.

"Lo que le estamos haciendo al árbol de la vida causará mucho sufrimiento a la humanidad"

Las palabras de Ehrlich deberían hacer reflexionar a cualquier persona con un mínimo de inteligencia y responsabilidad: “Lo que estamos perdiendo son nuestros únicos acompañantes vivos en todo el universo”. Pero dado que siempre hay a quienes, en lo más hondo del fondo, no es que todo esto les importe demasiado, Ceballos aclara algo que es de primero de Conocimiento del Medio: “Lo que le estamos haciendo al árbol de la vida causará mucho sufrimiento a la humanidad”.

Como explica Ceballos, cuando una especie desaparece, otra de su género puede reemplazar al menos algunas de sus funciones en los ecosistemas y desarrollar su potencial evolutivo al compartir parte del material genético con su prima extinta, lo que tiende a mantener la estabilidad en la biodiversidad. Pero cuando cae un género, una rama entera, ese hueco es mucho más difícil de rellenar. Y no ocurrirá en un periodo de tiempo que los humanos podamos contemplar.

Ceballos pone como ejemplo el crecimiento de la enfermedad de Lyme, transmitida por garrapatas: antiguamente el ratón de patas blancas de Norteamérica (Peromyscus leucopus), el principal portador, competía por el alimento con la paloma migratoria. Con la desaparición de la paloma y el declive de los depredadores del ratón, las poblaciones de este se han multiplicado, y también los casos de Lyme. Es solo un ejemplo, pero podrían mencionarse otros muchos, animales que mantienen a raya las plagas o los vectores de enfermedades, insectos que polinizan nuestros cultivos, especies que dispersan semillas, fertilizan el suelo, aclaran la vegetación ayudando a prevenir incendios…

En resumen, apuntan los autores, estamos “destruyendo las condiciones que hacen posible la vida humana”, lo cual es “una amenaza irreversible a la persistencia de la civilización y la habitabilidad de futuros entornos para el Homo sapiens”. Ehrlich lo compara a cortarnos la pierna sobre la que nos apoyamos. Quizá así se entienda mejor.

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