Al margen de las noticias que nos impactan todos los días y en las que, con prudencia, hay que confiar, el conflicto de Ucrania, que va camino de su decimonoveno mes, se desarrolla de distinta forma y con desiguales resultados, siendo su constante la pérdida de vidas y el aumento de la destrucción de infraestructuras civiles y militares, material militar singular y zonas residenciales.

La situación en el mar Negro y en su principal puerto, Sebastopol, tiene un claro protagonista, que es el ejército ucraniano. A través de audaces acciones combinadas de su aviación tripulada con lanzamiento de misiles de crucero de alcance medio, y de sus drones aéreos y de superficie, ha conseguido dañar o destruir cuatro embarcaciones, dos en dique seco (un submarino clase kilo mejorado y un buque de asalto anfibio) y dos en mar abierto (una fragata y un buque multirol) que han tenido que ser remolcados de regreso a su base. 

Además, en una fulgurante acción de operaciones especiales ha recuperado el control de cuatro plataformas —las torres Boyka— de extracción de gas y petróleo situadas al sur de Odesa y que Rusia utilizaba como estaciones radar y de comunicaciones. A ello, se une la anunciada salida de otros dos cargueros con grano de puertos ucranianos pese a que el acuerdo de exportación está en suspenso. 

La suma de todas estas acciones transmite una imagen de impotencia de la federación rusa para proteger sus infraestructuras críticas, la vulnerabilidad de sus medios y la incapacidad para mantener un bloqueo efectivo sobre el conjunto del mar Negro. Es cierto que puede emplear desde asentamientos costeros técnicas de denegación de acceso y control de área con misiles antibuque y plataformas aéreas, pero su imagen de potencia ha sido nuevamente dañada y la incertidumbre sobre su capacidad real sigue creciendo.

El desarrollo de los combates sobre el terreno es desigual, si bien hay un predominio de la iniciativa de las formaciones ucranianas, que han conseguido recuperar alguna población y en algunos puntos penetrar la primera línea del dispositivo defensivo ruso, aunque con carácter limitado (unos 2,5 km de frente en la zona de Robotyne), y que ahora está procurando ensanchar y profundizar para poder seguir desarrollando la contraofensiva. La zona donde más esfuerzo vuelca Ucrania es la zona occidental de la provincia de Zaporiyia en dirección a Tokmak —punto crítico para Rusia—, sobre la que la federación rusa está orientando sus reservas. Acciones todas que se atisban de largo recorrido y resultado incierto, toda vez que el tiempo será determinante.

Analistas, políticos y militares coinciden en poner de manifiesto la perseverancia y la voluntad de combate de las fuerzas ucranianas, que intentan una y otra vez romper el dispositivo defensivo ruso. Igualmente, ponen de manifiesto su capacidad para adaptarse a la cambiante situación orientando sus acciones de forma diferente en función del grado de resistencia al que se enfrentan, y también coinciden en que esta contraofensiva no será definitiva y que hay que ir planeando las acciones que permitan consolidar las ganancias y proteger a las unidades.

En la escena internacional ha finalizado la visita de Kim Jong-un a Rusia, con declaraciones de amistad, apoyo a la invasión y buenas palabras de cara a la futura cooperación, pero sin acuerdos concretos que se sepa. La síntesis de lo que cada uno quería era reducir la dependencia de China y mejorar el acceso a combustibles y productos básicos, así como aliviar en lo posible el esfuerzo de guerra del complejo militar-industrial ruso obteniendo fundamentalmente munición y armamento para continuar con el ritmo de la guerra. 

La perseverancia debe ir acompañada de la posibilidad de resistencia, y esta se vincula al sostenimiento del ejército ucraniano y la mejora de sus capacidades de fuego y defensa aérea. Sin ellas, la incertidumbre sobre el resultado final se incrementa porque su adversario no da muestras de flaquear, fiando el resultado final al agotamiento del contrario y de quien le apoya.