La tormenta Daniel ha devastado un país rico en minerales, gas y petróleo, pero demasiado pobre en gestión. El paso del agua ha dejado al descubierto una Libia degradada y dividida.
Vivió bajo el duro mandato de Gadafi y desde entonces ha sido incapaz de gobernarse, lo que ha provocado que la población tribal quede aislada en zonas rurales y, en las ciudades, que los dos gobiernos actuales solo sepan pelear.
Nadie se ha ocupado de mantener la infraestructura y el pueblo se ha llevado la peor parte.
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