Paula Vázquez viene de la escuela de aquella televisión de los grandes directores de actores. Cuando a los presentadores no se les decía sólo qué debían decir, también aprendían las posiciones escénicas en el plató: la actitud ante la cámara, la posición favorecedora bajo el foco correcto, el no olvidar dónde está el espectador en cada momento. 

Y, claro, Paula Vázquez pisa con seguridad el estudio y lo llena. Hasta cuando no es un estudio nada fácil de llenar. Es el caso de El Puente de las Mentiras. El concurso de La 1 cuenta con una espectacular pantalla gigante en el suelo para pisar y jugar pero, sin embargo, el decorado transmite un gélido eco a vacío, a pesar de la belleza de intentar simular un puente colgante a lo Golden Gate. Tal vez por el silencio de la ausencia de público en una grada, tal vez porque las proyecciones del skyline son frías (y retro, con las Torres Kio con el logotipo de la extinta Caja Madrid), tal vez porque escasea el sonido ambiente de fondo.

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Pero aparece Paula Vázquez en primer plano y, entonces, se enciende el ambiente de confianza. Ella es capaz de crear al mismo tiempo la intimidad del hogar y la distensión de un encuentro de amigos. Perfecto para un quiz show con una dinámica que atrapa. Es clara, concisa, visual y muy fácil de jugar desde casa. Cuatro concursantes famosos intentando cruzar, contrarreloj, un puente que se va conformando con verdades a acertar y mentiras a esquivar. Si pisan más de tres mentiras, quedan eliminados. Eso sí, en este formato, los participantes no caen atemorizados al agua ni nada. Con lo que nos gusta un buen susto.

Las preguntas que lanza el puente a los concursantes son perfectas para una noche de distensión. Cultura general con un punto travieso, curioso y evasivo. Y Paula, ahí, lidiando con los personajes populares y cómo controlan nervio, conocimiento y tiempo frente a unas casillas a las que pisar o de las que huir. Paula guía, Paula ordena ideas. Y todo fluye sencillo. Aunque sea complejo. Porque Paula representa la presentadora que acoge desde la honestidad práctica y no desde el incordio de las expectativas del ego. 

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