Diego Carcedo Periodista
OPINIÓN

Muerte del protagonista de la última novela viviente

Alberto Rodríguez, el director de 'La isla mínima', decidió adaptar el libro de Manuel Cerdán sobre Francisco Paesa (Eduard Fernández), el espía español más famoso de la historia.
 Francisco Paesa (Eduard Fernández), el espía español más famoso de la historia.
ATRESMEDIA CINE
Alberto Rodríguez, el director de 'La isla mínima', decidió adaptar el libro de Manuel Cerdán sobre Francisco Paesa (Eduard Fernández), el espía español más famoso de la historia.

Muere de verdad Francisco Paesa, el protagonista de la más intensa novela verídica -por describirla de algún modo- que se conservaba en la historia reciente del género negro en España. Su historial, entre delictivo, seductor , estafador y sobre todo, el mayor pícaro que se recuerda, incluye todos los ingredientes que escritor policíaco alguno se reveló capaz de imaginar y relatar. Durante muchos años su peripecia , con múltiples matices y peripecias pasó inadvertida hasta que estalló como el mayor delincuente de nuestro tiempo.

Su nombre salió de las sombras a raíz del escándalo que causó hace más de veinte años la biografía de Luis Roldán, el director general de la Guardia Civil, protagonismo de uno de los mayores escándalos públicos de corrupción desde la recuperación de la democracia. Durante algún tiempo compartieron el enigma de la delincuencia planificada. Paesa fue su cómplice en los negocios sucios y quien le facilitó huir a Laos, a al tiempo a quedarse quedarse con su dinero estafado y, más tarde, según todos los indicios el que acabó revelando su escondite.

Mientras tanto, Paesa abandonó su profesión de fabricante de helados, fracasó en los negocios tan pretenciosos como la creación de un banco en Guinea Ecuatorial, para acabar como espía -aprovechando su capacidad excepcional para camuflarse y moverse por todo el mundo con diferentes identidades- tanto para el Gobierno español como para el francés. Compatibilizó su actividad como espía y financiero, aprovechando su capacidad de seducción para conquistar a mujeres, siempre mayores y acaudaladas: la primera conocida fue la aristócrata Danielle Tulli, a la que despojó de sus bienes, y más tarde Dewi Sukarno, la viuda del ex presidente de Indonesia, una relación que le proporcionó popularidad y dinero.

Cuando su nombre comenzó a aparecer en la prensa, enseguida se le bautizó como el "hombre de las mil caras", por su facilidad para pasar inadvertido. Reiteradamente consiguió poner en circulación la creencia de que había muerto para despistar a quienes le buscaban. Hace veinticinco años incluso hizo publicar en los periódicos españoles una esquela de su fallecimiento y con todo tipo de detalles que al final se descubrió que era una estratagema para dejar de ser buscado por diferentes delitos.

Hace dos días su hija, Sylvia, con la que vivía en una zona residencial rica de París, anunció a la prensa que había  muerto, esta vez de verdad, pero solo en parte, porque realmente la fecha exacta de su defunción la data la justicia francesa en el pasado mes de abril, después de varios meses que le supuso el colofón de los múltiples secretos que manejó y se llevó al otro mundo. Vivió hasta los 87 años envuelto en mentiras y trampas, y su heredera conservó como herencia el recuerdo de su capacidad para mentir manteniendo en secreto que efectivamente llevaba más de tres meses sepultado, esta vez sí, de verdad.

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