Hay un detalle que los jueces de los talent show nunca reivindican, cuando también delata el carisma de un artista: la manera de agarrar el micrófono, que pasa tan desapercibida y es decisiva en la proyección de la actitud corporal.

Julio Iglesias siempre ha sido el rey en este menester. No coge el micrófono, directamente lo acaricia. Casi como si lo estuviera conquistando con un coqueteo que parece que va a terminar en beso. Beso con los ojos cerrados, claro. 

Porque cómo se coge un micrófono dice más del artista de lo que el artista cree. La personalidad de El Fary quedaba completamente dibujada por su manera de contonear el micro, que lo cogía con las palmas abiertas y que lo iba saltando de una mano a otra constantemente. A veces, hasta haciendo el ritmo de la canción maleándolo como si el instrumento de captar sonido también sirviera para lanzar agua bendita al público.

Cristina Aguilera, en cambio, convierte el micrófono en un piano. No un piano de cola, pero ella va tocando las notas como si la zona de agarre del micro fuera su teclado.

Freddie Mercury dio la vuelta al propio micrófono hasta crear un icono representativo de él y sólo de él. Así inventó el micro estirado con un palo con el que jugar en directo. Siempre, también, muy pegado a su boca. Creaba una estampa única, que rápidamente reconocemos con sólo ver su silueta pintada. 

Si a Mercury alargaba su micro hasta la rodilla con un palo sin pies para aguantarse en el suelo, en España Lola Flores directamente no necesitaba ni palo ni pie de micro. Ella sostenía el micrófono en su propio escote. Era uno de los gestos para diferenciar entre folclóricas de purezas malentendidas y otras, que no querían ser ni santas ni puras.

Lola Flores y la mentira que enriquece la realidad

Aunque si alguien ha cantado con el micrófono de una manera especial ha sido Rita Irasema. Porque parecía que su micro se iba a caer de sus manos, todo el rato. 

Da igual que cantara con Miliki que su hit en solitario Lanza Perfume. Cogía el micro suavemente, sólo rozándolo con sus yemas de los dedos. Algunos mirábamos todo el rato a su mano preocupados por si lo perdía y el playback seguía sonando. Pero no, nunca se cayó. Porque sustentar bien nada tiene que ver con apretar fuerte.

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