Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Lola Flores y la mentira que enriquece la realidad

Lola Flores
Lola Flores
20minutos
Lola Flores

"Ni canta ni baila, no se la pierdan". Nunca The New York Times publicó tal efectista titular, pero Lola Flores ya sabía que desde que el ser humano es humano, elige el lado más llamativo de la historia. Da igual que no esté contrastado. El rigor suele ser más soso.

Tal día como hoy, de hace cien años, nacía Lola Flores. ¿Cantaora? ¿Bailaora? ¿Actriz? ¿Ca-ba-triz? Ella era una show-woman cuando no existía ni siquiera el concepto de show-woman. Era más, era una maestra del marketing de la viralidad cuando ni asomaban los influencers. Sólo, referentes. 

Cantantes magníficas hay muchas. Bailaoras estupendas, también. Pero no basta con interpretar bien. La diferencia está en la capacidad de imaginar, que te hace distinto a todo lo demás. Y Lola Flores jugaba con la creatividad, la propia y la ajena. Y siempre sin demasiados filtros, lo que provocaba que el espectador se quedara pegado a su imprevisibilidad. 

Ya fuera en una actuación o en una entrevista, incluso respondiendo a las (despiadadas) llamadas de los oyentes en los programas en directo de José María Íñigo. «Yo quería preguntar a Lola por qué no baila y canta Lolita como ella», le preguntó una señora. «Lo sabe hacer, no crea que no. Es capaz de cantar ‘La Zarzamora’, pero lo que pasa es que mis hijos me ven como un ídolo tan especial que ninguno quiere parecerse a mí», sentenció como si nada. 

«¿Es verdad que no tienes cuenta corriente en los bancos?», le preguntó Iñigo en Estudio Abierto en 1983. Lola, mientras fumaba y, de paso, mostraba bien a cámara que llevaba un anillo carísimo en el dedo, contestó con un «no tengo dinero en Suiza. Lo único que tengo son joyas, para venderlas el día que me retire. Y la casita mía de Marbella y la casa mía de María de Molina». Siempre incidiendo en el nombre de la calle en la que vivía. Porque las grandes folclóricas son grandes porque dan mucho dato. Hasta dan más datos de la cuenta. Detalle crucial, pues así, inconscientemente, lograban hacer a la gente más partícipe de su existencia. Tenía la intuición para comprender que el vacío de la frase políticamente correcta aburre. Mejor compartir la vicisitud vital que enriquece. O intentarlo.

«Nací para ser artista», afirmaba Lola, quien era capaz de interrumpir una actuación si perdía un pendiente —que su dinerito le costó—, no tenía vergüenza en intentar vender durante una entrevista a Jesús Hermida su cerrado tablao en la calle José Abascal «un espacio muy bueno para un banco o una casa de deporte» e incluso ni disimulaba que no tenía buena relación con Isabel Pantoja en una hábil entrevista con La Trinca.  Eso sí, con un mordaz sentido del humor. 

Flores era generosa para regalar recuerdos a la sociedad. Su arte crecía con su magnética capacidad de comunicar. A ratos, sincera. A ratos, enriqueciendo la historia con la ensoñación de la mentira inteligente. 

A veces, mentir a los demás y mentir a nosotros mismos, en un sabio ejercicio de salud mental. Porque la mentira bien utilizada puede ser sinónimo de esperanza. Todos necesitamos a alguien que, en un determinado momento, nos asegure que “todo va a salir bien”. Pero Lola Flores iba más allá hasta transformar la mentira piadosa en realidad.  

Así acuñó un glamour que evadía la España del blanco y negro con una celebración de confiar en uno mismo.  Lola Flores sabía que era Lola Flores, por encima del bien y del mal, y que su esencia en bruto resultaba magnética para su público, al que hasta podía pedirle dinero en tiempos de necesidad. Sólo hay que recordar otra de sus frases míticas, aquel «si una peseta diera cada español» que pronunció cuando Hacienda le reclamaba cuarenta millones de pesetas que había defraudado. Más allá de su irrepetible talento, Lola Flores había logrado lo más difícil: crear y creerse su propio personaje, indestructible con el paso del tiempo.

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