Juan Luis Saldaña Periodista y escritor
OPINIÓN

Cómo te hizo sentir un libro

Los libros se acomodan en la mente a su manera.
Los libros se acomodan en la mente a su manera.
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Los libros se acomodan en la mente a su manera.

“La gente no recordará lo que dijiste, sino cómo le hiciste sentir”. Esta es una frase muy repetida en el mundo de los oradores motivacionales. Al igual que la turra de la zona de confort y la cantinela de ser la mejor versión de uno mismo, empieza a sonar a tópico y la tengo bajo sospecha. Sin embargo, mientras le daba vueltas a un asunto, me he encontrado con que quizá esta frase no sea solo un eslogan vacío.

Hablé hace un tiempo con un autor y le expliqué que mi libro favorito de su obra era uno en el que hablaba sobre un paseo en bicicleta. Mi justificación fue que cuando leía ese libro sentí lo que se siente cuando vas en bicicleta sin prisa por un camino rodeado de campos. Ando pensando, por otro lado, que me olvido de algunas cosas, que me cuesta recordar fechas, datos, nombres y que hay libros que he leído que apenas recuerdo. Incluso, en alguna ocasión, releo libros sin saberlo y me doy cuenta de que ya lo he leído cuando voy por la mitad.

Hay muchos libros de los que ya no me acuerdo ni de una coma, pero sí que sé cómo me hicieron sentir.

He juntado la frase de los motivadores y mi sensación con el libro del amigo y he pensado en ver si funciona con otros libros. Funciona. Hay muchos libros de los que ya no me acuerdo ni de una coma, pero sí que sé cómo me hicieron sentir. Es quizá el último recuerdo antes del olvido total, pero también quizá sea eso que queda después de que se ha olvidado todo a lo que Maurois llamó cultura. Así que voy a contar cómo me hicieron sentir algunos libros que me vienen a la cabeza y de los que no recuerdo casi nada de su contenido y sería maravilloso saber si a los lectores de estas columnas también les pasa.

Alfanhui de Sánchez Ferlosio me hizo sentir deslumbrado. A la pintura de Alberti me recordó que la rima y la belleza se siguen hablando. Los sueños de Quevedo me dejaron la imagen de un ángel volador que todo lo ve. Las Cartas Marruecas de Cadalso me abrieron una visión de España que no conocía. La Sonata de Primavera de Valle Inclán me dejó un regusto dulce, perturbador, culpable y sensual.

El rojo y el negro de Stehndal dibujó en mi mente una arquitectura inventada con entradas y salidas, El dos de mayo, de Galdós es la casa del pueblo de mi padre en mitad de la guerra. El Coronel no tiene quien le escriba es un gallo de pelea y un final que retumba. El Corazón de las tinieblas de Conrad lo leí muy joven y me queda un río oscuro y Tartarín de Tarascón, de Alphonse Daudet lo leí de niño muy rápido y no recuerdo absolutamente nada, quizá sólo que era insoportable. Habrá que repasarlo. ¿Les pasa esto a ustedes?

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