Juan Luis Saldaña Periodista y escritor
OPINIÓN

Somos el cartel de los helados

El cartel de los helados es un espejo.
El cartel de los helados es un espejo.
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El cartel de los helados es un espejo.

Somos el cartel de los helados, una sociedad que quiere ser tres cuartos de chocolate y un cuarto de hielo, pero que no termina de lograrlo. El tiempo pasa, los precios suben, recordamos lo que pagábamos por un Calipo hace diez años y lo que nos piden ahora en cualquier chiringuito de playa con el impuesto revolucionario del rotulador y no damos crédito.

La base del cartel de los helados siempre fue el hielo. Era humilde, accesible y refrescante. Los fabricantes diseñaban helados con forma de dedo, pie, semáforo, lápiz, indio o tiburón. El hielo en el cartel de los helados es la clase obrera, trabajadora, digna empleada del sector primario o del sector servicios. Año tras año, poco a poco, el hielo va perdiendo representación en el cartel. El agua con colorante y edulcorante deja paso a la grasa de vainilla, nata y chocolate de la presunta clase media.

El hielo en el cartel de los helados es la clase obrera, trabajadora, digna empleada del sector primario o del sector servicios.

La clase media es un espejismo de chocolate, barquillo, nata y galleta. El segundo piso del cartel de los helados se ha sacudido la escarcha y mira hacia arriba a los cornetos y los magnum -esos helados que van en una caja que podría ser una funda de gafas- con orgullo. Pero no hay nada de eso. Es una clase media baja que sufre en la tarrina, en la marca ajena, en la vil apariencia y a la que le cuesta llegar a fin de mes y mantener en marcha un proyecto vital decente.

Para ser clase media de verdad habría que llegar al tercer piso y preparar dos euros y medio por barba -tres ceros más en la nómina- y aguantar el tirón. Ahí está el funcionariado noble, la clase política y sus ramificaciones y la gente con cualificación alta a la que el contexto económico le empieza a importar bien poco siempre que no le toquen demasiado las narices y la dejen disfrutar en paz.

Y la clase alta sigue a lo suyo. Ostentación, envoltorio, ornato y displicencia. Sus bodas, su tontería, sus nombres ingleses y sus manías petardas. Sunlover, Starchaser, Berry Remix y demás estupideces. Por ahí arriba, cambia poco el panorama y las posibilidades de derretirse y dejar una masa de colores en el asfalto disminuyen. El frigorífico de los helados es una criba interesante, miren el cartel y miren siempre lo que queda en el arcón. Es el futuro. 

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