Iñaki Ortega Doctor en economía en la Universidad en internet UNIR y LLYC
OPINIÓN

Boda o vota. Los españoles elegimos

Tamara Falcó e Íñigo Onieva el pasado febrero. (Juan Naharro Giménez/Getty Images)
Tamara Falcó e Íñigo Onieva el pasado febrero.
Juan Naharro (GETTY
Tamara Falcó e Íñigo Onieva el pasado febrero. (Juan Naharro Giménez/Getty Images)

La campaña electoral ha comenzado, pero igual no te has enterado. Desde el jueves pasado está permitido poner la palabra ‘vota’ en los cárteles y por tanto que los candidatos pidan el voto. Lo que pasa es que llevamos tantos meses hablando de las elecciones generales que este hito ha pasado desapercibido, nadie diría que las campañas duran quince días porque esta se nos está haciendo eterna.

Aunque lo que de verdad es inaudito es que, en cambio, todo el mundo hable de la boda de Tamara Falcó. También ha habido antes muchos meses de comentarios sobre el enlace de la marquesa, pero con este tema nadie se ha cansado y todo el mundo ha estado este fin de semana pendiente de los novios. Las votaciones han pasado a un segundo plano por una boda, los mítines opacados por el desfile de invitados, los folletos electorales sustituidos por las páginas de cotilleos, las redes sociales se han teñido de rosa para silenciar los exabruptos de la política y los partidos políticos han sido eclipsados en los informativos por los famosos.

Es más fácil de explicar de lo que parece. La etimología, como siempre, nos ayuda a entender nuestra forma de pensar. Las palabras son parte de la cultura de un país y en este caso vota y boda tienen un mismo origen, que es la palabra latina votum, que significa ‘promesa solemne’ que se hace a los dioses.

Boda, por tanto, proviene de la forma latina vota que es el plural de votum. Una boda es donde los contrayentes juran fidelidad, prometen cumplir unos votos, unos compromisos solemnes. Vota es la conjugación verbal de ejercer el voto, o lo que es lo mismo, de apoyar el programa de un partido o un candidato en unas elecciones, que son el evento clave de cualquier democracia.

Los españoles no estamos eligiendo entre boda y vota esta semana porque es lo mismo. En ambos casos se hacen promesas (otra cosa es que sean fiables o no). Los protagonistas de las bodas, pero también de las votaciones, se comprometen con su pareja, en un caso, y en el otro con los electores (o por lo menos eso dicen). Todos afrontamos el día de la boda o el de la votación con nervios. Con expectativas y a la vez con dudas. Otros hasta sienten pánico y vértigo de que llegue el día señalado. ¿Saldrá bien? ¿Habré acertado? ¿Hará demasiado calor? ¿Me fallaran los míos? Son preguntas habituales para las dos palabras supuestamente enfrentadas.

La boda de la hija de Isabel Preysler pasará y para tu alegría también las elecciones generales, pero me temo que de ambas cosas se seguirá hablando. La cuestión que en los dos casos no se tiene muy claro es si se hablará para bien o para mal. ¿Los votos de los novios se cumplirán? ¿Los votos de los electores serán ley para los candidatos? ¿Iñigo Onieva será el Pedro Sánchez de esta historia? ¿Feijóo manejará el plató de los debates televisivos de la misma manera que Tamara lo hace en sus apariciones catódicas? ¿Se repetirán las elecciones y también esa boda? ¿Triunfarán los principios o quien vencerá será el dinero? Boda o vota, siempre los españoles podemos elegir.

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