Hola, José Luis. Estoy en el callejón del Gato. Aquí, como dijo Gómez de la Serna, “hubo dos espejos en la pared del tamaño del transeúnte de estatura regular, uno cóncavo y otro convexo que deformaban en don Quijote y Sancho a todo el que se miraba en ellos”. Me he acordado de ti. Te veo por todas partes y me alegro. Estás más sereno, más reposado, un poco más engolado, quizá. Eres como un jarrón chino que cobró vida o como el espectro redivivo del primo de Zumosol.

Defiendes lo tuyo y a los tuyos y me parece bien. Es mejor eso que andar tanto por Venezuela o enredado en otros asuntos complicados de explicar. Entiendo tu tono y me gusta la convicción que tratas de transmitir. Te he visto en muchas entrevistas. Practicas con maestría el tono de político mayor que se finge indignado y un poco sorprendido por todo. Es un truco retórico que te da ventaja y una cierta autoridad sobre quien te pregunta. El enfado, con ese tono exaltado, intimida un poco, pero no siempre convence.

Le dijiste a Susana Griso que procurabas ser un defensor de la verdad. Eso me hizo gracia, José Luis. Lo sabes muy bien, ningún político se lleva bien con la verdad.

Le dijiste a Susana Griso que procurabas ser un defensor de la verdad. Eso me hizo gracia, José Luis. Lo sabes muy bien, ningún político se lleva bien con la verdad. También te he visto redefinir el concepto de mentira en varias televisiones. Hablas de mentira como juicio moral -alargas mucho la última sílaba, te pareces un poco a Fernando Arrabal- con una tranquilidad impresionante. Cuando te veo categorizando la mentira, redefiniendo el incumplimiento o justificando el cambio de opinión, reflexiono sobre por qué hemos dejado que la política lo impregne y lo defina todo.

La política se ha erigido en bióloga, climatóloga, filósofa, pedagoga, educadora, médica, epidemióloga, economista y muchas otras ocupaciones. Los ciudadanos lo toleramos y otorgamos al político una presunción de sabiduría absurda. Dudar, cuestionar o pensar en voz alta pasan a ser actividades sospechosas porque la política ya ha puesto en mármol la verdad que toca creer en los próximos meses. Por eso te permites diseccionar la mentira con total frialdad. Porque ya sabes que no se trata de categorías morales sino de que los tuyos acepten tus mentiras, se activen, y no toleren las de los otros. Puedo entender eso, pero no que seas tú quien ahora nos diga qué es la mentira. Ya han hablado de eso Sócrates, Platón, Aristóteles, Nietzsche, Tomás de Aquino y tantos otros. Leerlos y comparar tu argumento es un ejercicio muy edificante y algo deprimente.

Siempre me recordaste al zorro de dibujos animados que seduce a Pinocho. Tienes un gesto parecido. Quizá se esté cumpliendo la fábula. En el callejón del Gato, el candidato y tú os reflejáis y uno es don Quijote y otro es Sancho y uno es el zorro y otro es Pinocho porque los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato y porque, como decía Valle Inclán en Luces de Bohemia, el sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada y en eso tú eres un maestro.

El lenguaje idiota de ahora diría que tratas de blanquear la mentira. Da vergüenza ajena escribirlo. También defiendes el ego de una ministra que culpa e insulta al poder judicial y que no reconoce un error de bulto que ha tenido unas consecuencias nefastas de las que no has dicho ni media palabra. Y lo de que la economía va bien como estribillo resulta también muy divertido. Que responda Max Estrella: “Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas”. Un saludo, José Luis. A ver si nos vemos.