Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Espinete lo intentó, TikTok lo consiguió: la sociedad que perdió el miedo a bailar

Espinete y Don Pinpón en sus años dorados en los ochenta.
Espinete y Don Pinpón en sus años dorados en los ochenta.
RTVE
Espinete y Don Pinpón en sus años dorados en los ochenta.

Los niños de Espinete ya rondan los cuarenta años. Aunque aún mantienen frescas en la memoria muchas de sus canciones (pintar, pintar, pinta sin parar, mojar y extender y vuelta a empezar...), con las que solía acabar cada capítulo de Barrio SésamoY con las que Espinete bailaba, al menos lo que cedía el aparataje del disfraz. Por suerte, desde dentro, la interpretación de Chelo Vivares conseguía esa expresividad que lograba que viéramos movimiento incluso donde no lo había. 

La generación EGB atendía a la tele con ilusión. Aunque algo tímida. Algunos hasta temían bailar, aunque diera ganas al ver disfrutar a Chema, Don Pimpón, Ana y el propio Espi. Tal vez porque la sociedad de la época nos empujaba a un sentido del ridículo que provocara que si querías bailar lo ejercieras en la intimidad. No vaya a ser que te juzgaran por ello. Existía un mundano miedo a evidenciar lo arrítmico que eras y provocar esa maliciosa risa en el repetidor de la clase, que intentaba acorralar con la mofa para hacerse más listo que el resto. Sobre todo en los chicos, a los que se enseñaba desde pequeños qué gestos eran válidos y cuáles te hacían menos hombre.

La vergüenza nos paralizara. Mejor no dar de qué hablar, mejor no dar qué especular. Era aquella misma adolescencia en la que esquivábamos los ojos del profesor para que no nos sacara al encerado. Mirar hacia abajo cuando se pide voluntarios nunca dejará de estar vigente en un colegio o en un instituto, pero ya no existen las pizarras de tiza y tampoco nos da pudor bailar. Algo hemos evolucionado, por lo menos.

Lo paradójico es que las redes sociales han hecho perder el sentido del ridículo a las nuevas generaciones por lo mismo que teníamos antes sentido del ridículo: no defraudar a la aceptación social. Cambiamos, pero quizá en el fondo no tanto como ansiamos. 

Por lo mismo que nos daba vergüenza bailar, los adolescentes de hoy no paran de bailar. Necesitan sentirse validados ante una sociedad que no queremos que nos deje fuera de juego. Las redes sociales han dado un vuelco a cierta forma de relacionarnos y han incorporado nuevas necesidades para sentirnos integrados. Ahora toca encontrar ese 'like' virtual que no es otra cosa que arañar la atención de aquellas personas que nos importan. O incluso que no nos importan. 

La diferencia es que en la actualidad aplicaciones como TikTok introducen a los más jóvenes en el reto constante de grabar su vida a ritmo de coreografías creadas por tácticas de marketing publicitario. Mejor si son retos con cuatro pasos de baile fácilmente pegadizos para que la canción del momento se promocione sola. Aunque cuadrar los pasos es casi lo de menos. Lo importante es seducir al personal. Porque todo es una excusa para alcanzar cierta popularidad. Como los chicos deportistas y las chicas animadoras en las pelis de los ochenta.

Ahora, independientemente del sexo -menos mal-, cada baile es una oportunidad para sentirte empoderado gracias a la validación de tu video por el resto de amigos y seguidores. Cómo varía el rubor con el paso del tiempo. Los adolescentes de hoy van a tener cada día de su pubertad inmortalizada a golpe de cientos de grabaciones en redes sociales. Y sí, muchos altamente absurdos. Ahí quedarán para el  recuerdo y el revival. Dentro de unos años, probablemente, muchas de estas imágenes se tornarán en la vergüenza de 'por qué hacía yo esto'. Habrá arrepentimientos, pero también emociones vividas y guardadas para emocionarse en el porvenir de alguna nube o disco duro. 

Ya no da apenas vergüenza danzar. Lo raro es no hacerlo. Otra historia es que el sobreuso de estas aplicaciones fomente un hedonismo en el que todo el mundo repite mismas y cuadriculadas coreografías. Destacarán los que se percaten de que no pasa nada porque no todos sigamos los mismos pasos de baile. Eso enseñaba hace cuatro décadas Espinete, un erizo que tenía pinchos en la espalda, pero por delante no para que cuando te abrace no te pinche el corazón.

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