Borja Terán Periodista
OPINIÓN

El bebé suspendido en una ventana y el morbo de la sociedad que no puede dejar de grabar

Ya es mediodía, Telecinco
Ya es mediodía, Telecinco
Mediaset
Ya es mediodía, Telecinco

"Suspendido de un cuarto piso. Pánico en el rescate de un bebé". Titulares grandilocuentes describen, en el programa Ya es mediodía, un vídeo con final feliz que se ha viralizado en Internet y que se comenta desde Telecinco. Las redes sociales son, probablemente, el viejo sueño imposible hecho realidad de cualquier gran magnate de la televisión clásica: no tener que pagar por imágenes, pues es el propio espectador el que graba las historias y las comparte. Y lo hace gratis.

Pero es perturbador como en situaciones de extrema tensión, como esta del bebé a punto de caerse desde una ventana, el usuario parece que no puede dejar de grabar. Antes que correr a pedir ayudar, lo primero es captar la imagen sin que tiemble el pulso, a pesar de la gravedad y tensión del suceso. También pasa en otros momentos más livianos o anecdóticos. Consciente o inconscientemente, necesitamos comunicar y sentirnos parte de aquello que acontece en nuestro entorno. Ya sea para inmortalizarlo,  enjuiciarlo -a menudo, con peligrosa moralina- o, simplemente, fardar de que estabas ahí.

Hay que grabarlo todo. Mejor si es con un punto emocional que hemos aprendido para que el vídeo sea más visto y logre muchos retuits. Cada persona se ha convertido en una especie de indiscreto centro emisor con un móvil en la mano con la batería cargada y lista para retransmitir.

¿Existe límite a la hora de decidir qué comunicar? Ya parece que cada paso que damos debe estar inmortalizado con un vídeo. La sociedad se ha percatado de que todos podemos tener un papel protagonista y nadie quiere perderse esa sensación de reunir un puñado de miles de visionados. "En el futuro, todo el mundo será famoso durante 15 minutos", dijo un profético Andy Warhol. Lo estamos viviendo.

¿Pero, qué grabar? ¿La intimidad del contrario? No, siempre mejor la creatividad propia. Porque en el púlpito de las redes sociales, como en la televisión de siempre, la buena imaginación es lo que diferencia a lo que aporta de ese sensacionalismo con afán de protagonismo, que abunda en tantos vídeos: los que graban la intimidad de otros o los que se graban a sí mismos. Algunos inventándose numeritos mientras invaden la privacidad de otros, como cuando en la pandemia se bailaba entre enfermos en hospitales. Era violento, pues en cierto sentido se utilizaba a los pacientes como decorado "emotivo" de una coreografía.

La sensiblería siempre se lleva un puñado de likes, así que a grabar aunque no sea un sitio para grabar. Y pocos se libran de la tendencia de o das al botón rojo de la cámara del móvil o no lo habrás vivido, (casi) todos nos estamos convirtiendo en entretenedores a través de nuestro teléfono. Cada día nos cuesta más distinguir lo que hacemos porque nos apetece de lo que hacemos por querer enseñar que lo hemos hecho.

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