Una patosa caída inesperada. Unos dientes bien embadurnados en chocolate. Una larga ristra de papel higiénico pegada al pantalón cuando sales del váter. La payasada clásica afloja la confusión de la vida. Da igual la edad que sumes. Sólo hay que abrazar las propiedades de la risa. 

Estos tres sketches de siempre son los favoritos de Silvia Abril. Así lo ha reconocido en el podcast Estirando el chicle, de Carolina Iglesias y Victoria Martin. La propia conversación termina por los suelos. Aunque solo escuches el programa, la caída se visualiza.

"He destensado reuniones y entierros con una caída", afirma Silvia. Ya lo habíamos notado. Del traspiés de Eurovisión al merengazo en Tu cara me suena. Incluso el que escribe estas líneas ha vivido una caída-abrílica en la intimidad de un pasillo vacío de la radio. Silvia cae muy bien. 

La comedia que ninguneó a la mujer

"¿Por qué funciona siempre una comedia tan naif?" se preguntarán algunos. "¡Nos gusta el sufrimiento ajeno!", contestarán otros. Pero, en realidad, el éxito de la comedia de Silvia Abril está en que casi nunca se queda a medio gas. Se lanza al juego de cuando éramos niños y estábamos más libres de prejuicios. Y, claro, nos lleva directos ahí: a la despreocupación desconectada de aquellas miradas infantiles en la que el límite estaba donde llegara la amplitud de la imaginación.

Miradas infantiles pringadas de curiosidad. La otra cualidad de Silvia, que hace que sus barrabasadas no sean sólo una trastada. El tartazo de Silvia Abril nos despierta la carcajada porque tiene discurso. No es vacío, se sostiene en un compromiso. Está enraizado en una honestidad que retrata el mundo sin necesidad de palabras. Gestos que delatan cómo somos, que expresan tanto sobre la vida y sus contradicciones en tiempos en los que lo habitual es hablar sentenciando mucho pero sin decir nada.

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