Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Rocío Flores y el atrevimiento de la ignorancia

Rocío Flores.
Rocío Flores.
David Benito/ WireImage
Rocío Flores.

La modernidad no es hereditaria. El talento, tampoco. Aunque se nos olvida y, a veces, se corre a dar autoridad a las palabras de personas públicas sólo por el hecho de haber nacido dentro de una saga. Da igual que no tengan mucha idea de lo que afirman, pues ni siquiera ser heredero asegura conocer con perspectiva a tus antepasados.

Como consecuencia, nos sigue sorprendiendo que Rocío Flores, nieta de Rocío Jurado y Pedro Carrasco, argumente frente a los micrófonos de un sarao que su abuela no fue para tanto. "Realmente el que era de peso fundamental era mi abuelo. Mi abuela era cantante, era la más grande, todo estupendo, del mundo del corazón, pero como deportista reconocido, campeón del mundo, peso pluma, Europa, 20.000 veces...", divagó con cierto tonito de desdén hacia 'La más grande'. 

La mirada moderna de Rocío Jurado jamás hubiera ejercido tal comparación. Rocío Flores, sí. Una intentó huir de machismos que relegaban a la mujer a la doméstica superficialidad y aupaban automáticamente al hombre a la heroicidad perpetua. La otra, en cambio, cae hasta el fondo de clichés rancios, cinco décadas después. La ignorancia es atrevida. Y ser joven no va unido a estar a la vanguardia.

El amor entre Jurado y Carrasco se basó en una complementariedad que retrataba aquella España: el glamour de la unión entre el boxeador y la folclórica. Las revistas del corazón vieron rápidamente el interés aspiracional de la relación. Aunque Jurado no era como las demás y su revolución artística fue vinculada a su capacidad de liberarse de corsés del folclore tradicional. 

Pero los prejuicios machistas pueden pesar incluso más que el conocimiento sobre la historia de tu familia. La propia Rocío Flores cae en la trampa elitista de intentar menguar a su abuela porque salía en las revistas del corazón. Una osada afirmación, sin demasiada reflexión previa, que sólo evidencia desconocer que la popularidad de su abuelo también se consolidó gracias a este tipo de publicaciones de cotilleo. Entonces, el boxeo era un espectáculo de la distracción nacional que el régimen aplaudía porque era carente de discurso, a diferencia de la música que podía esconder reivindicación.

La disertación de Flores cae rápido. Improvisar delante de un puñado de micrófonos no es fácil. Menos aún si no hay una profesión detrás que te curte en el día a día, más allá de ir a actos promocionales a posar.

Rocío Jurado no posaba. Era una maestra de la música que crecía con una interpretación pensada, entrenada y ensayada. Ella misma lo verbalizaba en entrevistas: no era suficiente con cantar, lo vital era como se cantaba. Contaba con una base de trabajo previo que hacía más grande la improvisación. Así se convirtió en una artista que, sobre todo, había que disfrutar en escena. Una artista que entendió desde el origen la televisión como un lugar en el que el playback era insuficiente: había que narrar una historia. Y a la censura no siempre le agradaba su actitud escénica. 

Estos matices quizá sean desconocidos por Rocío Flores. Ella sólo necesitó pedigrí para que la miraran. Quizá hasta le hayan convencido de que no necesita más que salir, fotografiarse, polemizar e improvisar. Pero, en realidad, sólo saliendo, posando, polemizando e improvisando relucen los estigmas de las habladurías  Ahí está la clave: la prensa buscó a la abuela por su inspirador talento. A la nieta, por el qué dirán.

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