Los sueños se ahogan en la región de Jersón: "En el agua que nos inunda flotan cadáveres"

GIF Testimonios rescate en Jersón.
GIF Testimonios rescate en Jersón.
Patryk Jaracz
GIF Testimonios rescate en Jersón.

"No hemos molestado a nadie… Ni siquiera pensamos en ellos, ni nos preocupa su existencia. Que vivan. Son rusos, somos ucranianos. Y ya está", dice Olena, de 69 años, sentada junto a su marido Viktor, de 73, en un banco en el jardín de su vecina Larysa, en un pueblo con un nombre muy poético: Sadove. Se pasa la media hora que dura nuestra charla sollozando, mientras arruga el paquete de plástico en el que tiene guardadas sus pertenencias más importantes. Su marido mueve la cabeza de forma afirmativa, nos interrumpe de vez en cuando y dice en voz baja, tratando de detener sus lágrimas: "Nos hemos convertido en pordioseros en nuestra vejez".

El dolor se extiende por toda la región de Jersón junto con los flujos del embalse de Kajovka. La gente, los animales, los edificios y los sueños de generaciones se ahogan en el agua. En el caos de los últimos días en la ciudad, a veces los detalles trágicos han llegado a borrarse. Las buenas palabras de los voluntarios se convirtieron en ansiolíticos que soterraron los pensamientos duros.

Incluso este pasado fin de semana, en los improvisados centros de ayuda, no había espacio para la desesperación. A pesar de los aterradores informes sobre bombardeos en los puntos de evacuación, a pesar de las historias sobre los cadáveres flotando en el lado izquierdo del río que aún está ocupado, a pesar de que a uno de los voluntarios que ayudan a la población los rusos le robaron su barco y le dejaron sentado en el techo de edificio sin la posibilidad de que pudiera marcharse. Todo el mundo estaba demasiado ocupado. 

Ni la lluvia ni las malas noticias han podido impedir las operaciones de rescate. Se buscaban motores, botes, chubasqueros para seguir rescatando a la gente bajo el muro del agua. "Somos deportistas profesionales, estamos escribiendo una lista de necesidades y estamos listos para trabajar", "¡Necesitamos un coordinador! ¿Quién será? Tú mismo". "Pero si yo no sé nada de barcos". "Nadie de aquí sabe. ¡A aprender!”. Algunos se mostraban indignados, eso sí, por la inacción de la ONU, que se negó a participar en la evacuación…

El ruido de las evacuaciones se funde en una corriente tormentosa, en la que ahogan los gritos individuales. Al mismo tiempo, en los pueblos de al lado, la tragedia se siente muy íntima y aterradora en su silenciosa profundidad. Una tragedia que narran los locales: las rosas flotando en el agua, las сolmenas con abejas hambrientas y enfadadas, los electrodomésticos que nadie tuvo la oportunidad de rescatar, las ranas y víboras nadando en el centro de la aldea.

Nuestro viaje a Sadove empieza en una de las iglesias de Jersón, en la que el sacerdote Valentyn está preparando los paquetes de agua y pan para enviar a los pueblos inundados. La ruta se nos hace más corta de lo normal por la amenaza de los bombardeos, el coche se mueve a mayor velocidad. Un viaje por el campo lleno de amapolas y, al otro lado, se ve el río ocupado por Rusia. Ha pasado poco menos de una semana desde que la región de Jersón se hundió bajo el agua. Los militares rusos ya se recuperaron tras los primeros días de la inundación, se marcharon a posiciones más lejanas, encontraron proyectiles de mayor calibre para disparar desde una distancia más larga y empezaron a atacar a los barcos de rescate y la costa.

"Nos atacaron hoy, cerca de la escuela del pueblo, donde nos habíamos reunido para recoger la ayuda humanitaria", comenta Olena entre sollozos. La lista de desgracias para su pueblo sigue creciendo, y parece ya eterna. Aquí cada conversación acaba en lágrimas. Cinco horas en el pueblo se convierten en una tortura emocional, en esas conversaciones se lee en las caras "por qué nos ha pasado esto". 

"A quien madruga, Dios le ayuda". La gente en el pueblo se levanta temprano y, al parecer, hasta la guerra las fuerzas celestiales estuvieron a su lado, porque, en sus palabras, lo tenían todo. La proximidad al centro regional de Jersón permitía a los jóvenes ir a trabajar y cobrar "un buen dinero". Plantaban jardines, cultivaban huertos y levantaban casas. Sadove estaba creciendo y floreciendo. “Éramos gente próspera. Antes de la guerra teníamos todo. Una escuela muy bonita y una casa de cultura donde ensayaban los grupos folclóricos. Nuestro pueblo era tan bonito….", recuerda Olena.

Luego llegaron los rusos. La mayoría de la gente perdió su trabajo, todos los que tuvieron la oportunidad se fueron por las revisiones de casas, la búsqueda de armas, las visitas a las tiendas, borrachos, en las que cogían todo lo que les daba la gana… Y, cuando se fueron, también robaron lo que pillaron. Así describen la ocupación los que quedaron en Sadove. La liberación por las fuerzas ucranianas un día después de las buenas noticias de Jersón, el 12 de noviembre, les dio un resquicio de esperanza, pero desde entonces el pueblo sigue bajo el fuego ruso. El día que batieron el récord tuvieron unas 20-26 llegadas. "Estábamos tan felices cuando volvieron los nuestros, les cocinábamos, trajimos los vegetales que quedaban. En ese momento teníamos algo para darles", comenta otra mujer del pueblo, Lyubov.

"Parece que todo estaba bien. Los nuestros llegaron, pero desde entonces cada día nos atacan… Pasamos todo el día en los sótanos", confirma Olena. Las posiciones rusas quedan a unos cinco kilómetros del otro lado.

Imagen de Sadove bajo el agua
Imagen de Sadove bajo el agua
Patryk Jaracz

El martes pasado, Olena se levantó a las 6, como siempre. Sufre de diabetes y tiene que ponerse la inyección a las 7.00. A esa hora, notó algo brillante cerca de los arbustos, entre los que crecen sus rosas y las patatas recién plantadas "para tener de comer y sobrevivir en esta guerra". Por los bombardeos rusos ya no tenían luz, pero ahora tras la inundación les cortaron el gas y ya no se sabe cuándo volverán a tener agua potable.

"Hasta el último momento, esperamos que todo se arreglara. Que el agua no subiera tanto". Pero sus esperanzas no se cumplieron. Olena enseña las rosas que estaba plantando y que grababa en vídeo para que su nieta, que vive lejos, las viera. "Mirad qué bonitas estaban. ¡Le gustaban tanto!", se duele Olena, mientras me enseña la pantalla. Los ojos de su marido se llenan de lágrimas.

"Como golondrinas". Esa comparación utiliza Natalia, de 40 años, para describir a su familia, que ha construido dos casas al lado de la suya. Dos generaciones estaban trabajando duro para no necesitar nada. Tenían una tienda que funcionaba. Siempre intentan ayudar a todos. Cuando empezó la ocupación y su vecina Svitlana perdió el trabajo, la contrataron como vendedora. Svitlana recuerda que fue muy doloroso no volver más a la oficina de Correos en la que había pasado los últimos 25 años, pero lo asumió.

Natalia y su madre Lyubov se enfrentan a todas las desgracias que les trajo la ocupación con dignidad. Se negaron a vender la mercancía rusa en su tienda, a pesar de que les amenazaban con quitarles el negocio. Natalia pasó por todos los checkpoints rusos, evacuó a su hijo de 20 años y volvió para seguir en el pueblo. Pero el último desastre le ha quitado todo. La semana pasada, subieron a un barco lo poco que les quedaba en la tienda y montaron el negocio en la casa de su vecina, que estaba vacía. Y desde allí también organizaron una sede de ayuda humanitaria para los vecinos que también sufrieron la inundación.

Lyubov, con algunos de los manjares que preparan para las tropas ucranianas
Lyubov, con algunos de los manjares que preparan para las tropas ucranianas
Patryk Jaracz

Lyubov no sabe qué les deparará el futuro. "El agua que ahora hunde el pueblo es una tragedia para la agricultura. Es agua sucia en la que flotan cadáveres de personas y animales. Estos flujos destruyen el suelo. Ya no podremos plantar aquí nada en los próximos años. No sé cómo vamos a vivir", explica.

En Sadove no dejan de llorar. Lloran por su vida antes de la guerra. Lloran de pena y dolor por la ocupación y los bombardeos. Junto con la presa de Kajovka, se volaron las esperanzas y el trabajo duro de generaciones. Pero la fuerza no les ha abandonado el pueblo. Lyubov prepara las ensaladas para los soldados ucranianos para que no "se mueran de hambre", Natalia ayuda a aquellos que perdieron sus casas y coordina la ayuda humanitaria. Larysa acoge a sus vecinos, al mismo tiempo que cocina los varenyky con col para el Ejército con su amiga. En cada casa nos invitan a comer.

"Se le ve muy pálida. No se preocupe por nosotros tanto, por favor. Saldremos de esta", me dice Larysa al despedirse. Y me da un abrazo. Olena y Viktor se secan las lágrimas y, en un intento de animarme, se sonríen y confirman: "Claro, que sí. Siempre estáis invitados a Sadove".

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