Borja Terán Periodista
OPINIÓN

La irrupción de Ana Obregón en la Feria del Libro de Madrid: ecos de trasnochada fama

Ana Obregón en la Feria del Libro de Madrid
Ana Obregón en la Feria del Libro de Madrid
Feria del Libro de Madrid
Ana Obregón en la Feria del Libro de Madrid

El tumulto de tres hileras de gentes casi se mezcla en un cruce de caminos de El Retiro. Casi, pues las tres filas se encuentran sin rozarse. A un lado, la más larga, la cola de Javier Castillo. Enfrente, una más discreta, pero tremendamente fiel, la hilera que se abre camino hacia Victoria Martín. En el otro extremo, los seguidores de Ana Obregón. Todavía no está, pero aguantan bajo el sol la aparición de la bióloga, presentadora, actriz y, ahora, escritora. La Feria del Libro de Madrid es así, como un cabaret en donde se enjuaga la profundidad y la apariencia. Dos palabras altamente compatibles y que se necesitan mutuamente. Las confluencias, a menudo, son buenas. La Feria del Libro las explora, reuniendo distintos tipos de celebración del entretenimiento.

Obregón llega tarde, por supuesto. En las varietés, nos hemos creído que la relevancia de uno se mide por la tardanza en aparecer. Nos han repetido demasiado que hay que hacerse de rogar para que nos tengan más aprecio. Y Ana Obregón irrumpe en el parque quince minutos tarde, escoltada como una estrella de Hollywood. Ella, que intentó serlo. El ruido empieza a sobresaltar sobre el murmullo habitual de las casetas. Ya se intuye su presencia. Aunque no sea vista.

La prensa, más impetuosa que los lectores, rodeando la caseta de Ana Obregón
La prensa, más impetuosa que los lectores, rodeando la caseta de Ana Obregón
Feria del Libro de Madrid

Obregón necesita protección. No por los lectores, más bien por la prensa que rodea a la famosa. Todos ansían la mejor imagen de la recientemente madre-abuela. Polémica trama, que ha recolocado a la showoman en el epicentro del chismorreo nacional. Ana García Obregón tiene el dinero suficiente para reescribir su propia historia a medida. Y así lo ha hecho.

De nuevo, la alegría de los focos a su persona. Y a la antigua: rodeada de perseguidores fotógrafos y cámaras que consiguen esa anti-discreción perfecta para sentir que no eres como los demás. A siete metros, en una diáfana y casi recta diagonal, Javier Castillo ya lleva una hora y cuarto firmando y fotografiándose con multitud de lectores. Su fila casi toca el quiosco que mira hacia el Ángel Caído, un monumento no precisamente cercano. Castillo es uno de los autores más esperados del día. A diferencia de Ana Obregón, apareció por el parque caminando sin cámaras, sin alborotos, sin demasiados cuchicheos, aunque con algún codazo de la cándida espontaneidad del “mira, es él”.

Castillo asomó, miró la cola y decidió recorrérsela. Fans expectantes, fans utilizando novelas como sombrilla. Y saludó hasta el último de la fila. Ese también es su éxito: la liturgia de la naturalidad que rebaja triunfos y establece vínculos de fidelidad. Ana Obregón sólo corrió a meterse en el cobijo de su caseta. Javier Castillo fue buscando la complicidad del tú a tú. Dos generaciones, dos formas de ejercer la popularidad. La de antes, que se remarcaba sobreactuando las distancias detrás de cordones aterciopelados que separan alfombras rojas y asfalto. La de hoy, que sigue paseando la calle porque sabe que una alfombra sólo es un criadero de ácaros.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento