Carmelo Marcén Maestro y geógrafo
OPINIÓN

Inseguridad alimentaria; la penúltima plaga humanitaria en un planeta triste

Uno de cada ocho habitantes del planeta sufren inseguridad alimentaria.
Uno de cada ocho habitantes del planeta sufren inseguridad alimentaria.
ACCIÓN CONTRA EL HAMBRE
Uno de cada ocho habitantes del planeta sufren inseguridad alimentaria.

Érase una vez un planeta verde y azul que se empeñaba en convertirse en buzón de los deseos insatisfechos. El planeta coleccionaba desánimos; llego a ser tan míseramente triste que incluso había olvidado su nombre. Además soportaba una tragedia identitaria porque le llamaron tierra, y si lo miras bien es casi todo agua. Cuando pronuncio planeta siempre se me presenta El Principito. Cuyo relato no comienza con el clásico érase sino con “cuando yo tenía seis años vi una vez una lámina magnífica en un libro sobre el Bosque Virgen que se llamaba “Historias vividas”. Es el relato del aviador Antoine de Saint-Exupery, perdido en el desierto y sorprendido por un hombrecito -supo que procedía de un planeta diminuto- que le pide dibujar un cordero. A lo largo del relato se habla de una planta/flor de 3 pétalos a la que pregunta por los hombres. La flor responde que solo ha visto pasar seis o siete; que a los hombres se los lleva el viento porque carecen de raíces. En ese planeta el aire sería tan insonoro que te darían ganas de expeler de melancolía.

Quién sabe si el estado actual de la Tierra es similar a alguno de los que visita el personaje pequeño. Aparece en estado crítico en un ejercicio planteado para chicos y chicas de 5º de Primaria que hemos encontrado volando por internet: La Tierra está triste. Comienza con un diálogo, un poco simplón sobre el planeta. Conversa con otros astros sobre la pérdida de vidas que soportó con el tiempo, hasta llegar a convertirse un escenario triste y gris. Aquí me suena aquello que poemaba Georges Moustaqui en Il y avait un jardín qu’on apellait la terre. Pero en el cuento El Planeta triste y gris la acción de los escolares remendaba en parte sus destrozos y le daba color floral.

En el planeta Tierra actual hay hombres y mujeres, no se sabe si tienen raíces que los anclan en el suelo e impiden que el viento se los lleve. A este paso la Tierra, harta ya de comportares vanidosos e hirientes, se va a parar de dar vueltas de rotación. Querría abroncar a los hombres pero no podrá. Como la atmósfera es autónoma seguirá girando a una velocidad de más de 1.600 km por hora en zonas ecuatoriales; se producirán tales vientos que se llevarán por delante a los humanos y al resto de las criaturas. Quedará algo similar a lo que hoy es Mercurio, sin vida pensamos. Sería la plaga definitiva, pero todavía no hemos llegado a ese extremo. Mejor volvamos a aquel planeta algo amable que encontró el principito en su séptima vista, o se lo pintó Saint-Exupéry. Tendría 2.000 millones de habitantes y giraba porque los faros así lo testificaban: primero los de Nueva Zelanda y Australia, a continuación entraban en danza los de China y Siberia, de Rusia y de las Indias; luego los de África y Europa, seguidos de los de América del Sur; finalmente los de América del Norte. Los fareros los encendían y acto seguido se escabullían; nunca se equivocaban en su entrada en escena.

El planeta Tierra se sentirá aún más triste que el principito, pues va perdiendo una parte de su esencia verde y azul; mantiene tantos puntos luminosos que se diría que todos sus habitantes son fareros. Por otra parte, quienes ostentan el poder en su superficie están limitando aquellas flores y plantas que tanto se necesitan. Toda vida corre el peligro de desaparecer, será efímera, como temía el geógrafo del sexto planeta visitado por el principito. Acaso por el exabrupto alimentario en él viven en la actualidad sus habitantes; este año en el que parece que las desgracias se aliaron con la codicia para hacer el planeta cada vez menos habitable por las personas. Porque se supone que las raíces de estas son humanitarias; pues no. Avisa la ONU, en boca del secretario general António Guterres, de que “la crisis de alimentos de este año es por falta de acceso. La del año próximo puede ser por falta de comida”. Lo dijo en la presentación de un informe elaborado por la organización sobre el impacto global de la invasión rusa de Ucrania. Pero hay más guerras, se le olvidó resaltar. La falta de comida es endémica en el Cuerno de África y en el Sudán convulso; y no solo allí. Nos duele Afganistán, en especial sus mujeres. ¿Qué pasará en 2030?

Pensábamos que las dificultades estaban únicamente vinculadas a la caída de las exportaciones de cereales y fertilizantes de Ucrania, el llamado antiguamente granero de Europa- y Rusia -de cuya dependencia viven sobre todo países de Oriente Medio y África-. Pero las previsiones no son halagüeñas, dice la ONU. Si no cambian mucho las cosas, en precios y fondos de ayuda a los países más pobres, la crisis actual será una plaga de consecuencias imprevisibles, pues se extenderá a alimentos tan básicos como el arroz; una verdadera catástrofe humanitaria con estragos anexos nada favorables. La inseguridad alimentaria es un horizonte gris donde se unen lo visible y lo invisible, el pasado presente y el futuro incierto, donde se asienta lo (im)posible para algunos. Son los que se hartan del hambre, son los que viven en la pobreza sin horizonte o miran hacia él en soledad. Eso es el planeta habitado.

Como siempre (antes y después de las independencias de los países) será el África subsahariana la más castigada. Allí más de la mitad de la población tiene una exposición severa a la crisis alimentaria. Por otra parte, los países tienen enormes dificultades para acceder a la financiación amiga que los salve, con medidas de apoyo a sus ciudadanos dados los problemas de deuda y de acceso al crédito. Así, uno de cada dos habitantes de esta región vive en países que se enfrentan a lo que Naciones Unidas llama la “tormenta perfecta”: una triple crisis de alimentación, energía y finanzas. Menos mal que en lo más recóndito del planeta quedará alguien que haga renacer los deseos y la esperanza. Se localizan en ese planeta que ya perturbó al principito: se veían muchos humanos y poca humanidad. Porque él se movía sobre todo en territorios de la amistad, la soledad, la identidad y el sentido de la vida. Era inocente y curioso y se hacía preguntas tan sencillas e importantes como aquellas que señalan lo que significa la vida y el mundo que nos rodea; como otras personas de hoy. Preguntas que buscan más allá de lo superficial y animan a apreciar lo que es verdaderamente necesario. Por eso es tan importante escuchar otros relatos sobre las premoniciones presentes en El Principito, como hace Nuccio Ordine –una de las mentes más relevantes en el actual pensamiento europeo- en esta entrevista. El piloto del cuento, Antoine de Saint-Éxupéry, sería en este momento la voz de la FAO, el Banco Mundial y la ONU. Ilustrarían sobre el planeta vivo y la dejadez colectiva; lo es dejarlo morir mientras se busca si hay vida en otros cuerpos celestes mediante el envío de cuantiosos satélites; su coste eliminaría la emergencia alimentaria de muchos países. Viajan por el Universo que el principito ya recorrió. Llegará un tiempo en que el planeta antropizado enfermará de indigestión al comerse su futuro. ¿Cómo si no se entiende que más de 130 millones de personas de Latinoamérica no puedan acceder a una dieta equilibrada, que una de cada 23 personas en el mundo requiere ya ayuda alimentaria para subsistir a duras penas? Las líneas de vida se van estrechando y pillan a toda esta gente dentro. Además, todo el entramado climático está pendiente de El Niño, que no es un pequeño príncipe como lo pintó Saint-Exupéry. Es una conjunción de energía de los océanos –recalentados actualmente-, viento, y fuerzas ocultas que nos amenazan. Así, los océanos más cálidos pueden acabar con la vida marina, provocar un clima más extremo y elevar el nivel del mar allí. También son menos eficientes en la absorción de gases de efecto invernadero que calientan el planeta. Pero esa dinámica expansiva tiene repercusiones globales.

Una noche el principito se olvidó de cubrir con la esfera de vidrio su flor para que el cordero no la comiera. Entonces “los cascabeles se convirtieron en lágrimas”. Saint-Exupéry acaba su relato con un dibujo de un desierto -como aquel en el que cayó tras la avería de su avión- y una estrella: el más bello y más triste paisaje del mundo. Con la esperanza de que un ser pequeño de cabellos de oro cambie la figura del séptimo planeta, como hacen los niños del cuento infantil El Planeta triste y gris, ajenos a las negras previsiones que alertan sobre el papel de El Niño en un tiempo ya cercano. Pero ahora la Tierra es un planeta puzle de muchos “miniplanetas antropizados”. Por lo que nos tememos que sufrirán más las personas y criaturas de siempre. Al final todo quedará en “Historias vividas” como la lámina inicial de El Principito.

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