Sigo sin entender por qué a Juan Carlos I se le llama Rey "emérito". Según el diccionario de la Real Academia Española, emérito es "quien se ha jubilado y mantiene sus honores y alguna de sus funciones". Eso es perfecto para los catedráticos de Universidad (de hecho, la palabra latina empezó por aplicarse solo a ellos), que siguen yendo por la Facultad, dan alguna clase cuando se lo piden y a veces hasta mantienen su viejo despacho. Pero no vale para el Rey, ni para el Papa, ni casi para nadie más. ¿Por qué?

Juan Carlos I conserva su tratamiento protocolario, es verdad, pero eso se debe a la benevolencia de su hijo y a nada más. El precedente más recordado que existe, Eduardo VIII de Inglaterra, abdicó la corona en 1936 y pasó de ser el Rey con tratamiento de Majestad a ser duque de Windsor con tratamiento de Alteza Real. Y a nadie se le ocurrió llamarle "rey emérito"; se le llamaba, si acaso, "exrey", en inglés former King.

Este caso es igual. La confusión comenzó con la abdicación de Benedicto XVI. No había precedentes en los últimos seis siglos (desde Gregorio XII, en 1415) y, muy probablemente por los nervios, algún funcionario del Vaticano empezó a llamar a Ratzinger "Papa emérito". Mal hecho. Como Juan Carlos I, conservaba el tratamiento… pero ninguna de sus funciones.

¿Queremos una palabra rimbombante y sonora? Muy bien, pues llamémosle "rey pretérito", que suena casi igual y que es correcta: "Que ya ha pasado o sucedió", dice el DRAE. En unos días, cuando se calmen las ahora revueltas aguas de Sanxenxo, veremos qué dice la historia y si Juan Carlos I es Rey pretérito perfecto, pluscuamperfecto, imperfecto… o indefinido. Todo podría ser, quién sabe.