Una ventana de oportunidad es la posibilidad que surge en un momento dado de resolver una situación compleja que está atascada y que no tiene visos de solución. Normalmente, hay un factor nuevo que aparece o una situación que se modifica, dando así paso a nuevas vías de negociación que pueden acabar decantando en acuerdos, aunque sean de mínimos.

Algo de eso hay en una confluencia de distintos acontecimientos que se están produciendo en los últimos días, como por ejemplo la visita del presidente de Brasil, Lula da Silva, a Pekín y su propuesta de creación de un grupo de países promotores de un acuerdo de paz entre Rusia y Ucrania, o las crecientes tensiones que se están dando en el seno de algunos países centroeuropeos porque sus agricultores protestan por las importaciones masivas de trigo ucraniano a unos precios tan competitivos que les están llevando a situaciones insostenibles. También, y en sentido contrario, las amenazas crecientes de Estados Unidos a Hungría por sus relaciones con la federación Rusa respecto a las importaciones de gas y otros intercambios. Y dejo para el final las distintas y en ocasiones airadas reacciones que se han dado sobre las declaraciones del presidente Macron a su vuelta de China respecto a la necesaria autonomía estratégica de Europa respecto a las decisiones de Estados Unidos, matizando que alianza no significa vasallaje ni seguidismo.

A tenor de lo anterior ¿dónde está esa ventana de oportunidad? En primer lugar, en la previsión de que no va a haber a corto-medio plazo ninguna acción resolutiva en el campo de batalla que suponga un cambio radical en las posturas de unos y otros. En segundo lugar, en que pese al decidido apoyo de los países europeos a Ucrania y la unánime condena a Rusia, la guerra se está alargando, los costes de todo orden que supone están creciendo, y los previstos de reconstrucción de Ucrania se están volviendo desmesurados. En tercer lugar, en que la percepción de la ciudadanía europea respecto a las repercusiones del conflicto en su calidad de vida —y en algunos casos en sus medios de subsistencia— está enfriando la determinación de un apoyo sine die y comienzan a preferir un acuerdo aunque sea imperfecto.

Agotamiento de los contendientes, destrucción creciente, costes directos e indirectos, y el futuro de las relaciones geopolíticas en el ámbito global suponen un combinado muy poderoso

Agotamiento de los contendientes, destrucción creciente, costes directos e indirectos, y el futuro de las relaciones geopolíticas en el ámbito global suponen un combinado muy poderoso que puede decantar en la necesidad de aproximar posturas y rebajar expectativas de unos y otros sobre una victoria total en la que en privado nadie cree.

Con ello se lograría fomentar los deseos de detener el conflicto en primer término y, posteriormente, buscar una salida negociada que reforzase la seguridad de Ucrania (garantías internacionales sólidas de asistencia y seguridad) y frenase los deseos expansionistas de la Federación Rusa, a la vez que le proporcionara el aliciente de un futuro de prosperidad compartida. Se trata ahora de potenciar las condiciones para que ese resultado sea posible, viable y deseable para todos.