OPINIÓN

Todo está en venta

Mujer embarazada.
Mujer embarazada.
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Mujer embarazada.

Entonces llegó Ana Obregón y con ella el estupor. ¿Qué opinaban nuestros diputados sobre la cosa? Balbuceaban imprecisiones. ¿Qué nuestros tertulianos? Había que subir el volumen de la radio o de la televisión.

Normalmente las noticias son un bombón para nosotros los cuñados, que comentándolas ocupamos la sobremesa del domingo, pero esta noticia nos cayó encima como una bomba, sin opinión formada, sin nada que decir. Andábamos desconcertados en busca de una postura personal potente, pero en los periódicos seguían perorando sobre Sumar, el cambio climático y otras cuestiones menores.

La gestación subrogada está prohibida en España, con lo que en su dimensión institucional el país tiene clara la postura, pero luego llegan las encuestas y —oh, sorpresa—, ante la pregunta del teléfono, el sesenta por ciento de los ciudadanos se confiesa a favor de su legalización. Dice mucho de un país que haya una distancia tan grande entre la regulación legal y el pensamiento profundo de su pueblo: nos habla de una disarmonía, de una falla, de un desajuste, de un problema. ¿A quién representan los representantes, pues?

Hay dos posturas para oponerse al vientre de alquiler: la postura moral, por así decir, con un factor religioso más o menos consciente. Está mal porque sí, porque es contrario a la ley natural o a la ley de Dios. Y una postura de sensibilidad social, por distinguirla de la otra, en la que para reprobarlo se aduce que solo arrienda su útero quien necesita negociar con él, es decir, quien necesita el dinero. Por eso, hay quien solo considera legítimo el alquiler altruista (Reino Unido, Canadá, Sudáfrica...) o quien solo lo permite entre familiares hasta el segundo grado de consanguinidad y gratis et amore, por supuesto (Brasil).

El dios dinero se transforma aquí en el vil metal: sin dinero es generosidad; con dinero, autoexplotación. Pero con esta lógica podría estigmatizarse casi cualquier labor o actividad humana de valor traslaticio: nadie baja a una mina si no es por dinero, nadie limpia escaleras si no es por dinero y casi me atrevo a decir que nadie monta una fundación de ayuda a los necesitados si ídem. Los billetes también son el principal o único acicate para profesiones o actividades más llevaderas, como marino mercante, oftalmólogo, taquígrafo de las Cortes o abogado de lo penal. Imaginemos una sociedad en la que solo se permitiera limpiar casas de familiares hasta el segundo grado de consanguinidad (sería interesante la prueba: que haga un reality Telecinco, por favor).

El alquiler del propio vientre no es un trabajo, se me dirá con toda razón. Pero quién define lo que es un trabajo, quién lo que se puede vender o alquilar. Desde que en Occidente remontamos el Paleolítico y abandonamos la dura etapa de los cazadores recolectores, desde que dejamos de ser como los bosquimanos de Botsuana —de sol a sol buscando qué comer: los desperdicios de buitres y hienas, mayormente—, la gente se gana la vida como puede. Y no todos pueden ser concejal de Urbanismo o vicepresidente del Comité Nacional de Árbitros.

El jardinero que poda los rosales del parque por la mañana no está ahí por placer, aunque silbe

El jardinero que poda los rosales del parque por la mañana no está ahí por placer, aunque silbe; el piloto de avión presumiblemente preferiría no haber despegado para llevar a doscientos pasmarotes a Londres o Nueva York (y no digamos la azafata que soporta al pasajero impertinente). Para saber qué opinión debemos tener sobre cualquier acto humano a mí me vale la prueba bíblica, que también era la de Confucio: no hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti. ¿Aprobaría que una hija, una sobrina o una hermana se prestaran a la gestación subrogada a cambio de 100.000 o 200.000 euros? Es mucha cantidad, amigos, pensadlo bien...

Lo indudable es que este asunto desnuda la sociedad en la que vivimos. Deja claro que todo está en venta (¡todo!), pero nos hace sospechar que con buenas condiciones de vida nadie vendería o alquilaría nada de sí mismo y menos su útero (y quizás en esto debería situarse el debate). Si formas parte de quienes tienen patrimonio para estar en el bando de los compradores es probable que la situación te parezca bien o, por lo menos, cómoda. Si no, te inquietará más. A mí con esto me pasa como con la droga: nunca la prohibiría, por indeseable que me pueda parecer. Claro que el lector puede pensar que, por una cantidad de dinero suficiente, este columnista sería capaz de defender exactamente lo contrario, pues todo significa todo. 

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