Mariano Gistaín Periodista y escritor
OPINIÓN

Big Bang Bank

Sede de First Republic Bank en Nueva York.
Sede de First Republic Bank en Nueva York.
Justin Lane / EFE
Sede de First Republic Bank en Nueva York.

La verdad es que no es fácil saber dónde estamos. Ni cuántos parados hay, ni si falta mucho para el FAIL, ni si el nivel de confianza aguantará un tuit… Los bancos, aunque sean diminutos, hacen temblar el sistema. Un FAIL se arregla más rápido y mejor… pero también se produce a gran velocidad.

El capitalismo cambia tan deprisa que ni él mismo puede seguirse la pista. La quiebra de bancos USA y Suiza se reparó a toda velocidad y todo está en calma o casi… pero esa frase es de hace dos minutos... Calma tensa y expectación, no ha cundido el pánico… o sí. Igual que existe el reloj del fin del mundo para el tema atómico (toca madera si la encuentras) debería funcionar un medidor del nivel de confianza: el confianzómetro, que sería también un reloj del fin del mundo.

Cada ente individual o empresa se palpa los dígitos a ver si sigue vivo/a. Cada banco, pequeño o grande, crea equipos de contables y de alerta redes sociales 24h. El SVB es la primera quiebra acelerada por Twitter y Whatsapp. Las criptomonedas vuelven a brillar. Hasta hay un gurú millonario (Balaji Srinivasan) que ha apostado a que en 90 días el bitcoin se pone a 1M$.

El pánico está a la espera. Un dedo en el botón rojo y las antenas desplegadas. De momento se ha parado el susto... ¿cuál de ellos? El sistema respira e incluso se alegra de seguir vivo. ¿Zombi o vivo? Cuando no hay CRACK como el de 2008 –que por otro lado podría ocurrir en cualquier momento–, lo inmediato es la euforia desatada y la innovación: que corra el dinero, o sea, anotaciones digitales que circulan 24x7. Inventos, derivados de derivados, siglas misteriosas solo para iniciados, algoritmos y algoTimos (¿quién inventó la fabulosa palabra preferentes?).

Cuando baja la confianza el juego sale un poco más caro, pero también eso, como todo, es fuente de negocio y excusa para nuevas apuestas. Las redes pueden cambiarlo todo en segundos. Las instituciones de Estados Unidos han rescatado a todos los clientes de los bancos quebrados. En un finde. Había un tope de 250.000 dólares garantizados, pero eso hubiera dejado fuera a la mayoría de los clientes del SVB (el 97% tenía más de esa cantidad), así que lo mejor, lo más rápido y más eficaz para evitar un chispazo del sistema entero, rescatar a todos. Yepa. Con un pequeño truco conceptual y trabajando todo el finde pasado se parcheó el susto. También el Credit Suisse.

Todas las mediciones oscilan en horquillas inmensas. La confianza es un flan en una moto

El sistema bancario es el sistema. No hay otro. Hasta los misiles para Ucrania se han parado. No llegan las municiones. No llega nada. La logística circula, como todo, por un banco, en la sombra, en la luz o en la zona intermedia. Una red de bancos que ni ellos mismos saben cómo están. Hay tantos criterios, tantos organismos, tantas formas de medir la salud o la ruina de un banco o de cualquier objeto... El paro, por ejemplo. Nada coincide. Todas las mediciones oscilan en horquillas inmensas. La confianza es un flan en una moto.

En USA, tras el crack del SVB, etc. queda claro que la multiplicidad de reguladores y de supervisores, aparte de la propia variedad y confusión del mundo bancario, son inmanejables. Y eso que lo han hecho rápido y bien: han tirado por elevación. Han declarado a todos sistémicos y han rescatado hasta al último cliente. Claro que eso ha podido disparar el contagio del pánico y saldrá caro en general (rescates sin devolver), pero han actuado rápido. El viernes quiebra, el lunes parcheado. O eso dicen.

Luego ha saltado el Deustche Bank, que ahora se sabe que ya se sabía hace años que estaba bla bla. La duda es si estamos en un Bang Bank, en uj Big Bang Bank o falta mucho... o el lunes estará todo OK otra vez.

Los bancos son el poder primero, los estados son auxiliares suyos. Los bancos centrales son los que mandan: subir y bajar el precio del dinero y prestar a otros bancos al cero por ciento son sus palancas. Ahora, en un delirio propio del momento caos, accionan las dos a la vez: suben el precio del dinero y anuncian nuevos chorros de liquidez (la frase de Draghi se ha quedado). Según los expertos ambas palancas son contradictorias, así que el uso combinado refleja el mundo tal como es/no es.

Los bancos están quebrados por definición, por ley, aunque si todos los impositores quisieran retirar su dinero a la vez acudirían, se supone, los estados, los seguros (disparados), los fondos teóricos, las altas instituciones reguladoras y supervisoras que ni regulan ni se enteran. Trump aligeró el control sobre bancos no sistémicos (ya se ve que esa palabra también es falaz), pero es que tampoco vigilan a los grandes. A no ser que esta debacle sea un test de estrés, un simulacro real para chequear en caliente la salud del sistema. Lo sabremos más adelante.

El poder ya desatado de las finanzas se manifiesta en la creación de un idioma propio, jerga hermética que ni sus propios sumos sacerdotes entienden, metafísica que suple a las metafísicas originales, ya olvidadas. Los métodos de la ciencia no penetran en la jungla de las finanzas que, paradójicamente, se supone que funciona con números. Los bancos han creado un vocabulario propio para envolver y marear las operaciones indescifrables. Toda la creatividad que falta en las artes se pasó a las finanzas. Es una poética completa, una teología cuyos dogmas se cambian cada diez minutos al albur de imponderables, sensaciones, inventos, algoritmos... irracionalidad exuberante, etc. Las finanzas son Caprichos de Goya… y a veces las pinturas negras de la Quinta del Sordo.

Al desaparecer las ideologías y las religiones ha surgido este imperio de las finanzas, que al menos no engaña, es dinero, papeles, apuntes digitales. La lírica RSC ODS... ha quedado para la industria antigua, o sea, las cosas. El mundo financiero puro, inmaterial, es bastante sincero: ni siquiera recurre a esos ensalmos.

Los bancos y los estados crean el dinero y se lo pasan de unos a otros en la nube sin que roce a los mortales, excepto cuando les cae encima en forma de flecos derivados: hipotecas, pufos, porcentajes, inflaciones, corralitos… y esa lluvia de porcentajes sería el peso de la historia sobre la vida de cada cual.

Lo bueno de esta locura es que hay reglas… aunque nadie las sabe y se renuevan tan deprisa –la disrupción creativa–, que no da tiempo a aplicarlas. Que el becerro de oro de Wall Street se apiade de nosotros, amén.

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