OPINIÓN

'Aladdín', el musical que se va a quedar de ‘Okupa’ en la Gran Vía

  • El nuevo estreno de Disney en Madrid funciona como una máquina de precisión, solo que mágica. 
Estos son Trevor Dion Nicholas & Matthew Croke, en Broadway.
Estos son Trevor Dion Nicholas & Matthew Croke, en Broadway.
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Hace muchos años, más de los que quiero reconocer porque con esas cosas te avejentan, vi el estreno del musical de El Rey León. Ahí sigue, 12 años después, cáspita, se me escapó. Pasan más jirafas, hienas y leones por la Gran Vía que por la sabana africana.

Ahora he podido ver el musical de Aladdin, que se ha estrenado en el Teatro Coliseum, también en la Gran Vía de Madrid y me da que se va a quedar ahí de okupa. El genio, esto no es spoiler a estas alturas, consigue su libertad de la lámpara, pero se va a quedar en el teatro hasta que se le acaben los deseos.

¿Por qué? Porque es magnífico. Es el musical más emocionante y vibrante que se ha estrenado en años. Y hablando del genio (David Comrie), es sencillamente increíble. Se come con patatas toda la función. Si al acabar el musical pasara una gorra, tendría un millón de euros en una semana.

Aladdin ha modernizado la historia de Disney y ha adaptado algunas cosas. Por ejemplo, no hay un loro Yago servil y cabroncete, sino un personaje humano que sin embargo cumple al dedillo con la función tragicómica del plumífero. Tampoco hay un mono. Abú, y eso sí que me da pena porque ese mono mola (no como el de Dora, Botas, que es un repelente), ha sido sustituido por tres humanos (no va a ser por tres extraterrestres) que hacen de amigos inseparables de Aladdin.

Aladdin (Roc Bernadí) y Jasmine (Jana Gómez) encajan a la perfección, aunque de una rabia horrible que haya gente tan guapa en el mundo. Es competencia desleal, porque hacen que los demás parezcamos más feos. En cualquier caso, en lo que importa, que es su arte, están perfectos. Nunca deja de sorprenderme cómo alguien puede actuar, cantar y hacer una coreografía con doscientos movimientos y otras 20 personas moviéndose alrededor sin un solo fallo.

Y es que todo el reparto es la repanocha. Hay relojes suizos que parecen la muela de un molino al lado de este musical, que funciona como una máquina de precisión. Solo le falta dar las campanadas en Nochevieja.

Cosas que puede que se esté preguntando, amable lector: ¿hay alfombra mágica? Haila. Y vuela. Y todo el público flipa fuerte en ese número. Sin embargo, mi preferido es el de la cueva, cuando el genio se presenta. Y más allá, cuando se hace un popurrí de canciones de Disney que te dan ganas de tener 10 años y entregarte en cuerpo y alma a las cintas VHS que hay en casa de tus padres.

Aladdin, el musical, también tiene mucho humor, con chistes de ayer y de hoy perlando las escenas, lo que aporta chispa, como las que… bueno, no digo más, que me voy de la lengua. Sólo añadiré que merece tanto la pena ir a verlo que ni siquiera hay pena. Merece mucho la alegría ir a verlo.

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