Mariano Gistaín Periodista y escritor
OPINIÓN

Ni un segundo sin pensar en tu dinero

Una mujer en Seúl frente a una pantalla electrónica que muestra el precio de bitcoin en plena crisis por el Silicon Valley Bank (SVB).
Una mujer en Seúl frente a una pantalla electrónica que muestra el precio de bitcoin en plena crisis por el Silicon Valley Bank (SVB).
EFE/EPA/YONHAP
Una mujer en Seúl frente a una pantalla electrónica que muestra el precio de bitcoin en plena crisis por el Silicon Valley Bank (SVB).

Quiebran bancos en Estados Unidos, gran vitalidad del neoliberalismo o capitalismo acelerado, cuya característica es ser incomprensible. Cuanto más dicen las autoridades que todo está controlado más sube el pánico. Las autoridades monetarias, se entiende, ya que no hay otras. Los bancos centrales, los billonarios influencers, las agencias (Moody’s le daba la máxima calificación a SVB antes de caer). La gracia esta vez es que el banco "iba bien". ¿Será posible mayor estupidez?

El pánico es lo que más acelera el neoliberalismo (neolib), el auténtico incentivo para innovar. Innovar ahora es acertar a quién sigues y hasta qué punto te crees lo que dice. No hay tiempo para más. Los que seguían a Peter Thiel sacaron la pasta del banco. Todo esto ha diluido un poco a Elon Musk, que para recuperar su egobillón dijo en Twitter que estaba abierto a comprar el banco quebrado, el SVB.

Cuando las autoridades dicen que no va a pasar como en 2008 es cuando los inversores se echan a temblar. El resto solo trata de huir. Pero a dónde. La felicidad de los pobres es un día sin pensar en el dinero. Pero ese día no existe. La felicidad, por eso mismo, tampoco. Los ricos todavía lo tienen peor. No pueden despistarse ni una milésima: a veces han de hacer caer un banco para poder llegar al viernes.

Los inversores que no siguen a las cuentas adecuadas sufren la quiebra de los bancos, aunque la ola de cracks tarde unas horas en llegar a su zona, el susto, el shock... ¡Otra vez! Las familias se rompen al ver la info de la bolsa:

–¡Inútil, te dije que vendieras!

Esa intensidad desaforada del microinversor del capitalismo popular es la auténtica vida de riesgo extremo (aparte del alquiler y la fruta) que se mide en milésimas/cotizaciones.

Las nuevas quiebras de bancos “solventes” ayudan a no despistarse y a centrarse en lo esencial, que es la exuberancia irracional de los mercados

Para que algo ocurra (una quiebra, una guerra) ha de haber más energía impulsando ese algo que oponiéndose. El poder indiferente (aquella mayoría silenciosa) sería relevante en teoría, según la cita de moda (“que los buenos no hagan nada”), pero lo que no se manifiesta no existe… la bondad invisible o inocua no es tal. La bondad sin valor no existe.

La guerra se produce y va a más porque hay muchos agentes interesados en mantenerla. Grandes ganancias en armas, petróleo, conceptos. Solo hay que encontrar un loco que las empiece y siga hasta el final, que tampoco es fácil. La invasión de Ucrania es también la respuesta del mundo del petróleo, que se resiste a desaparecer, y de las armas, que son la punta de misil de la innovación. El problema del mundo no es repartir la comida sobrante sino que se acaban las municiones. Cuanta más presencia de la guerra y más ferocidad, más inversiones automáticas, sin preguntar. La invasión es como la pandemia con las mascarillas y las vacunas, pero con armas: ¡se acaban los misiles! USA ha mostrado un trozo de sus próximos aviones de combate para armas atómicas, el B-21 Raider.

Ya no recuerdo el banco que cayó primero la semana pasada, ni las películas que explicaron el CRACK anterior, en el que aun estamos. Este no puede ser tan grave como el de 2008, dicen las autoridades, quizá porque aun estamos en él, en su estela atroz. El que mejor ha definido la entraña del neolib es Alan Greenspan, que dijo aquello de “la exuberancia irracional de los mercados”, fórmula que define el mundo bivalvo, el newtoniano y el cuántico, que confluyen (incluso tecnológicamente) en las finanzas.

Los mercados son humanos enloqueciendo y algoritmos programados para enloquecer de otras formas. Es irracional pensar que se pueden subir (o bajar, según la moda) los tipos de interés (el precio del dinero) a toda velocidad y que no va a pasar nada, aparte de hambre generalizada y auge de la comida basura.

La felicidad de los ricos es un minuto sin pensar en su dinero. Pero, según dicen, no se puede. La quiebra de uno, dos, tres bancos, si se busca la secuencia histórica en Wikipedia, en el Banco Mundial o en el FMI, es lo normal, la rutina esperada del neolib, capitalismo acelerado sin rival, monopolio de sí mismo. Si pasa un año sin que quiebre un banco échate a temblar. El año pasado fue uno chino. ¿O fue un sueño? De hecho, según el sistema, todos los bancos están quebrados hasta que no se demuestre lo contrario. Cada día que pasa sin un crack aumenta el pánico y la agonía. Cuando por fin llega la temida quiebra el sistema respira… y a veces se hunde.

Si consigues estar un minuto sin pensar en tu dinero eres feliz pero puedes perderlo todo porque no has leído el tuit de Peter Thiel o del que en ese momento esté marcando el rumbo. Eso sí que es un influencer. ¡Saca de aquí, invierte allá! La felicidad extrema del no pensar (en el dinero, no hay nada más) sale carísima, por eso es el mayor lujo, es inconcebible no pensar en el dinero. Pensar equivale a seguir las redes adecuadas (por eso suprimieron la filosofía de los estudios, para adaptarse al mundo y que no sufran los niños).

La velocidad irracional la han heredado los algoritmos y la tenue IA que solo asoma la patita. Quizá el Silicon Valley Bank quebró por no usar el filtro de belleza facial. La serie El consultor aclara el absurdo del mundo: como todo lo demás esta serie es un Buñuel liofilizado y estirado. Luis Buñuel es el amo de los contenidos, el alimento y la inspiración de todo lo que se cuece en las ficciones, en las realidades y en la zona mixta entre ambas, que cada vez es más amplia y borrosa: la peli Buñuel en el laberinto de las tortugas (Salvador Simó, 2018) ayuda a ver esta influencia.

A ver si en este rato nos hemos despistado usted y yo de seguir las cuentas que indican qué hemos de hacer y estamos perdiendo hasta la camiseta.

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