Mariano Gistaín Periodista y escritor
OPINIÓN

Netflix, no lo hagas

Netflix
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©[Pranshu Goyal] via PixaHive.com.
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Netflix va a desatar la IIIGM. Va a eliminar las cuentas compartidas con los parientes y allegados. Va a ser el fin del mundo de esta temporada. La otra vez que Netflix amenazó con esto Putin invadió Ucrania. El 15M, la revuelta de los chalecos amarillos en Francia y las primaveras árabes fueron por lo mismo: Netflix vertebra el mundo. La verdadera traducción y el idioma universal es el de las series de las plataformas, y Netflix es la primera.

Se ha demostrado que mientras hay una serie en marcha todo fluye.

Cada vez que Netflix amenaza con cobrar por los parientes que penden de la suscripción principal se viene abajo el mundo, hay sublevaciones, guerras, disturbios, asaltos a vallas, calimas y protestas por el velo.

Las autoridades y sus innumerables agencias secretas (unas no saben qué hacen las otras) compiten por intervenir sin que se note (también) en el mercado de los contenidos. Con la mayoría de la población al borde del colapso nervioso, con insomnio y obesidad, las series son el último clavo. El aburrimiento es el mayor enemigo del sistema. ¿Qué ocurriría si todos los que han abandonado el trabajo para ver series quisieran volver al mercado laboral?

Pero Netflix insistía. Hasta Twitter había empezado a cobrar por el puntito azul. El optimismo fingido había subido media décima. La inflación mantenía a la gente rezando en sus alcobas realquiladas y en sus casas recién okupadas. Hasta los bancos habían conseguido su sueño de cobrar sin hacer nada. Las fábricas de armas estaban a tope y los pedidos daban para seguir innovando alegremente con nuevos misiles.

Y entonces llegó Netflix y empieza con el estribillo del pánico:

–Alguien va a quitar las cuentas compartidas…

El parqué se viene abajo. Davos no resistió tanta presión. Hubo que subir a Rihanna en una alfombra voladora colgada de hilos dentales para dar un chute de esperanza. Los premios nobel de economía y sus amigos saben desde hace años que Netflix es el pegamento social, el hilo que mantiene la esperanza al ralentí y las maltrechas familias unidas.

Delegaciones secretas de todo el mundo trataron de interceder ante los últimos ejecutivos humanos para que evitaran ese dislate. En un mundo desquiciado, el anuncio disparó el estrés social: ¿de qué vamos a hablar?

Se rompían parejas como Shakira y Piqué o Vargas Llosa e Isabel Preysler, pero Netflix insistía: su anuncio estaba siendo la noticia persistente del año. En el volátil mercado de las noticias la de Netflix se mantenía siempre en el nivel medio alto. Tal era la zozobra que hubo que hinchar los globos misteriosos de emergencia y soltarlos a la estratosfera: esta estrategia global low cost para entretener al gentío en casos de extrema aflicción funcionó durante unos días, pero hubo que recurrir a mencionar los ovnis y los extraterrestres y los expertos como ChatGPT calculan que la inminencia de los oscars va a tensar el ambiente y que si Netflix persevera saltará todo por los aires.

Hubo que forzar la máquina de las exclusivas locales, las que se guardan para soltarlas en momentos críticos: cambiar la fecha de la boda de Tamara o desvelar los pagos del Barça a un directivo de los árbitros. Pero nada podía soslayar el desastre. Y Netflix insistía en la absurda manía de cobrar al árbol familiar y allegados.

Así que el propio gobierno, siempre atento a la salud sicológica de la población, empezó a pensar que quizá sería buena idea subvencionar la suscripción universal al streaming. Incluso barajó anunciarlo en los Premios Goya, marco de lujo dedicado a reclamar dinero para el sector. ¿Qué mejor ocasión?

Pero surgieron flecos jurídicos –¡qué manía con que hay que redactar bien las leyes!–, y en esas estamos. A ver qué pasa. 

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