Borja Terán Periodista
OPINIÓN

La radio devorada por el show de la viralidad

Pablo Iglesias, estrella de una de las tertulias de Hora 25 de la Cadena Ser. Una tertulia que se ve y retuitea
Pablo Iglesias, estrella de una de las tertulias de Hora 25 de la Cadena Ser: 'El Ágora', un debate espectáculo que se ve, retuitea y es popular porque se viraliza
Cadena Ser
Pablo Iglesias, estrella de una de las tertulias de Hora 25 de la Cadena Ser. Una tertulia que se ve y retuitea

La tele se parece cada vez más a la radio. Y la radio se parece cada vez más a la tele. La explosión digital permite que los programas radiofónicos se puedan ver, mientras que la instantaneidad de producción de la actual televisión ha propiciado que los magacines se sostengan en una eterna (y barata) tertulia que se entiende sólo escuchando.

Sin la creatividad estética que definía a la caja lista, no hace falta mirar a la televisión con la atención de antaño. En cambio y paradójicamente, en las emisoras hertzianas se han percatado de que multiplican su visibilidad mostrando en sus redes sociales fragmentos en vídeo de lo más controvertido o emocionante de sus programas. 

Somos así de contradictorios. Allí donde hacía falta mirar para entender mejor, ya lo más importante no siempre es observar. Allí donde la escucha entre oyente y periodista permitía una todopoderosa concentración que facilitaba indagar en temas más profundos, ahora es fácil caer en la tentación de la arenga ideal para ser tuiteada. 

Porque en la radio se han percatado de que para que un programa cuente con más notoriedad pública existe un atajo: lanzarse a la viralidad. Y ser popular en las redes se logra especialmente con vídeos cortos y polémicos de los programas. No sirve sólo el sonido, en la rapidez de consumo de Twitter necesitamos imágenes. Hay que ver los rostros. Mejor si hay subtítulos sobreimpresionados para cazar el titular llamativo en un superficial golpe de vista. 

Conocemos los programas de radio por la fidelidad a una emisora, por el carisma del locutor o, en la actualidad, por la habilidad del buen community manager que va cortando titulares llamativos de lo identificable, lo estimulante o incluso lo polémico de los tertulianos. Parecido sucede en el Congreso de los Diputados. Lo importante es 'el qué tuitearán' más que el fondo de la cuestión a tratar.  Porque, ahora, las corrientes de opinión se afianzan en la controversia tuitera.

Está bien que los productos radiofónicos se hagan visuales. Tampoco está mal que existan programas de televisión que sean muy radiofónicos. La mejor tele siempre se ha curtido en la radio, como hoy radio y tele se inspiran a golpe de redes sociales. Lo nocivo es estar obsesionarnos con el foco viral como única salida o los medios de comunicación se van empobreciendo. 

Porque estar a la caza del tuit que impacta termina mermando la pluralidad de programas, formatos y ventanas. Vamos interiorizado, tal vez con razón, que la fidelidad de los oyentes que no fallan a una cita no es tan valiosa como la volátil percepción de éxito, esa que se construye con personas que quizá jamás han sintonizado un espacio de radio en cuestión, pero lo conocen y lo destacan porque dan 'like' a sus videos colgados en redes con declaraciones listas para retuitear con fruición y debatir con pasión. Así somos en tiempos de consumos trepidantes: dedicamos tiempo de nuestra existencia a hablar de programas que, tal vez, no hayamos escuchado nunca. No pasa nada. Ya ni la tele se ve ni la radio se escucha. Hasta las series se aceleran para deglutirse más pronto que el tempo dramático que pensaron sus creadores. Vamos cambiando. No es malo estar volcado en redes, lo malo es vivir por y para las redes.

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