Mario Garcés Jurista y escritor
OPINIÓN

Cuento español de Navidad

Una persona camina frente al Tribunal Constitucional
Una persona camina frente al Tribunal Constitucional
EUROPA PRESS
Una persona camina frente al Tribunal Constitucional

Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. La puerta que da a la Ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice: «Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y solo soy el último de los guardianes».

El campesino espera días y años. A lo largo de su vida, intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardián con sus súplicas. Ya le queda poco tiempo de vida. Hace señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la muerte comienza a endurecer su cuerpo. «Todos se esfuerzan por llegar a la Ley», dice el hombre, «¿cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar?». El guardián comprende que el hombre está por morir y para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice junto al oído con voz atronadora: «Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla».

Ante la ley lleva por título esta parábola en versión reducida en esta pieza. Apareció en vida de Kafka en el volumen de relatos titulado Un médico rural. Tras su muerte, se publicó inserta en el capítulo noveno de El proceso. Para los amantes del cine, el irrepetible Scorsese versiona este relato en una escena de After hours (1985), a través del diálogo del protagonista con el guardián de un club nocturno que no le pone fácil la entrada.

Imposible no contemplar en este relato la fábula de nuestros días y comprender así el verdadero sentido del proceso español. Porque, en esta Navidad de sobresaltos, de evocaciones de culpas políticas y de imposturas colectivas, un campesino en España quiso sustituir al guardián para allanar el camino hacia la guarida de la Ley, que no era otra que el Tribunal Constitucional. Sin embargo, el campesino no previó todas las dificultades y fracasó.

Imposible no contemplar en este relato la fábula de nuestros días

Imagino que para un socialista libertario como Kafka la función del campesino era tomar al asalto la caverna de la legalidad, un mito irresuelto del timo revolucionario de la época. Hoy y ahora en España, una verdadera revolución para algunos políticos solo sería aquella que declarara que ningún poder tiene existencia real, ni pasado ni futuro, incluido el imperio de la ley y sus garantes. De hecho, los aspirantes a tomar el Tribunal Constitucional han hecho suyo el eslogan que recorre el mundo desde hace algunos años y que comenzó en Argentina: "¡Que se vayan todos, que no quede ni uno solo!". Al menos, para gozo argentino, que quede Messi y que levante la Copa del Mundo.

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