Carlos Santos Periodista
OPINIÓN

El Derechazo

Una cámara frente a la sede del Tribunal Constitucional el día que se celebra el Pleno extraordinario del Tribunal Constitucional (TC), a 19 de diciembre de 2022, en Madrid (España)
Una cámara frente a la sede del Tribunal Constitucional el día que se celebra el Pleno extraordinario del Tribunal Constitucional (TC), a 19 de diciembre de 2022, en Madrid (España)
EP
Una cámara frente a la sede del Tribunal Constitucional el día que se celebra el Pleno extraordinario del Tribunal Constitucional (TC), a 19 de diciembre de 2022, en Madrid (España)

Aunque sigo de cerca la evolución de la política española desde la legislatura constituyente, nunca pensé que tendría que comentar una situación como la que ha creado el Tribunal Constitucional al impedir que el Parlamento culmine con libertad la tramitación de una iniciativa legislativa. Lo he visto pronunciarse sobre leyes ya aprobadas, que es lo suyo, pero no se me había pasado por la cabeza que un organismo jurisdiccional pudiera parar los pies a un parlamento soberano.

Eso no se ha visto nunca en España ni suele verse en una democracia parlamentaria desarrollada. Subráyese: parlamentaria. Todo el mundo sabe que en esa forma de Estado el Parlamento es primera y principal expresión de la soberanía popular. No entraré en el debate jurídico que estalla con esa resolución, adoptada por 6 votos contra 5, pero no puedo esquivar el debate político. Que un Tribunal Constitucional estire la Constitución hasta sus límites no es fácil de comprender. Que esa actuación la protagonicen magistrados que deberían estar fuera del cargo, porque ya ha cumplido el periodo para el que fueron elegidos, es más incomprensible todavía. Que lo hagan a instancias del partido que los llevó a ese puesto hace tiempo que dejó de ser insólito, en un país donde estamos acostumbrados a encontrarnos con activistas políticos en lugares más insospechados, pero no por eso deja de ser lamentable. Que dos de los magistrados, recusados, decidan sobre su propia recusación, sorprendente. Que una institución del Estado paralice su propia renovación, frente a la voluntad mayoritaria de las Cortes democráticas, increíble. 

Y que algunos dirigentes de la oposición aplaudan entusiasmados el derechazo, asumiendo el riesgo de que en el futuro un TC diferente les sacuda a ellos un gancho de izquierda, inquietante. También es inquietante, desde luego, que los ciudadanos estemos hoy tan confusos y divididos sobre este asunto como el propio tribunal. Es, probablemente, lo que algunos pretendían, para pescar en el río revuelto de la división y la confusión.

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