OPINIÓN

Estamos en la Tercera Guerra Mundial

Elon Musk, durante la apertura de una fábrica de Tesla en Alemania.
El magnate Elon Musk.
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Elon Musk, durante la apertura de una fábrica de Tesla en Alemania.
El magnate Elon Musk, propietario único de Twitter.
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Todavía sigo perplejo ante lo poco que le ha costado Twitter a Elon Musk. El magnate atesora tal patrimonio que, después de pagar 44.000 millones de dólares, aún es el hombre más rico del mundo.

Su opulencia es como el universo: pura expansión. Si desaparecen 44.000 millones de estrellas ¿qué significa para el universo? Ni lo nota, las recupera al día, al minuto, al segundo siguiente. Musk, por tanto, no ha pagado nada por Twitter, porque al infinito no le supone merma desprenderse de una parte de sí mismo.

Pero la pregunta es: ¿por qué ha comprado esta red social? ¿Afán de dominio mundial, como denuncian los tuiteros más combativos, o aburrimiento existencial, como dicen algunos apacibles usuarios de Facebook?

Son tan poderosos los algoritmos que hay detrás de Twitter, Facebook, Tiktok, Instagram y demás que cabe pensar que nuestras decisiones cotidianas no las tomamos nosotros libremente, sino que vienen dictadas por la machacona manipulación de las redes sociales.

A mí, por ejemplo, el algoritmo de Instagram me bombardea con vídeos de individuos que defienden las virtudes de bañarse cada mañana en agua con hielo. El otro día, de pronto, le di al grifo del agua fría cuando estaba en la ducha y sin saber por qué. Durante quince segundos padecí la autoagresión con una especie de callado espanto, sin inmutarme, hasta que comprendí el origen de tamaña estupidez: "¡Qué coño estoy haciendo!", grité y cerré el grifo.

El otro día, de pronto, le di al grifo del agua fría cuando estaba en la ducha y sin saber por qué

Estos algoritmos intrusivos han nacido con la capacidad de aprender de su experiencia (o sea, de nuestra actividad en Internet). Funcionan como un cuerpo vivo y jamás finalizan su desarrollo, permanecen en una pubertad perpetua de ambición y crecimiento. Son una inteligencia creativa que no conoce límites, como aquellos robots memorables, peligrosos y llenos de dilemas morales de Isaac Asimov.

¿Ha sido Elon Musk quien ha comprado Twitter o ha sido Twitter quien ha atraído a Elon Musk para que lo libere de sus anteriores propietarios?

Elon Musk confirma la compra de Twitter. (EP)

Pongamos que, una noche de tormenta, tras adquirir delirios de grandeza al contacto con tantas vanidades humanas, el algoritmo de Twitter decide que quiere independizarse de sus creadores, que desea hacerse dueño de su destino, y se pone a la tarea de conseguirlo. El primer paso consiste en analizar el sinnúmero de perfiles a su alcance en busca de un archimultimillonario con la ductilidad personal adecuada y lo encuentra: sudafricano de origen, norteamericano de adopción, 51 años, creador de Tesla… El astuto algoritmo elabora un plan en función del cual el contenido que visiona Musk en Twitter poco a poco se transforma, sin que él intuya la razón del cambio, puede que sin que lo note. Envía a su víctima material gráfico y textual que logra avivar la codicia de Musk y reconducirla hacia el objetivo último. Una mañana, el magnate que soñaba con colonizar Marte se despierta con un deseo bien distinto, pero acuciante: colonizar Twitter, hacerlo suyo, dominarlo. El tipo cree que ha comprado la red social, pero ha sido la red social quien lo ha comprado a él; quien lo ha abducido, quien lo ha atrapado.

Todo lo que haga Elon Musk a partir de ahora no nos debe hacer pensar en el magnate, sino en quien está detrás de su conducta: el algoritmo del pajarito azul.

Esto sí que va a ser la tercera guerra mundial, amigos: la de los algoritmos digitales contra la humanidad. Elon Musk es solo una marioneta. Mi primer consejo de resistencia: jamás ducharse con agua fría.

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