Borja Terán Periodista
OPINIÓN

El aprendizaje que sigue vigente de Lina Morgan (y que la cultura snob nunca entendió)

Nos enfrentaba a lo que queríamos ser y a lo que, al final, nos teníamos que conformar con ser.
Lina Morgan dará nombre a la plazuela junto al acceso al polideportivo de La Cebada
Lina Morgan
Lina Morgan dará nombre a la plazuela junto al acceso al polideportivo de La Cebada

Lina Morgan sufrió el éxito y la derrota en el infravalorado oficio de la risa. Con la transición, llegó el boom del destape y la comedia de la pícara revista cayó en decadencia. La gente ya no iba a ver el espectáculo de Lina que, por entonces, interpretaba en el madrileño Teatro Barceló. Hasta el día en el que José María Íñigo llamó a su telón para una entrevista. En aquel directo, una tímida Lina volvió a ser Morgan. La carcajada del público resonó en el Estudio 1 de TVE en Prado del Rey. La fuerza de la única tele aupó su talento y lo recolocó en el centro del mapa social.

Una década después, desde TVE se llamó una vez más a su camerino. Esta vez, surgió la idea de grabar una función de Vaya par de gemelas en La Latina para emitirla, tal cual, por televisión. Era barato para la tele, pero ¿rentable para Lina? Algunos pensaron que si se retransmitía la obra al completo por la tele después ya nadie querría ir al teatro pues ya la había visto desde su casa. Pero Lina siguió entendiendo el ventanal para el arte que suponía la tele, y acertó. De hecho, sucedió lo contrario que los agoreros pronosticaron: los espectadores disfrutaron tanto de la comedia que querían ir a vivir la experiencia en primera persona. TVE había mitificado Vaya par de gemelas ante audiencias millonarias y aquella grabación supuso la mejor promoción de la historia del teatro en España.

La historia se repitió con las siguientes propuestas. Sí al amor, El último tranvía, Celeste no es un color. Todas inmortalizadas para disfrute de generaciones venideras por obra y gracia de una tele que sólo necesitaba cuatro cámaras para contar una buena historia. Había, eso sí, muchas horas de ensayo para que la coreografía de guion, escenografía, luz e interpretación quedaran bien plasmadas. Hasta cuando Lina Morgan parecía que se equivocaba, solía estar medido. Ella misma repetía errores que habían surgido espontáneamente y observaba que suscitaban en el espectador la sensación de estar asistiendo a una representación más única e irrepetible. Así Lina lograba una bidireccionalidad con la sonrisa de cada uno de los asistentes a la sala.

Pero, después del boom tele-teatral, Lina fichó por Antena 3 para protagonizar una serie que se presuponía de más peso actoral. La sociedad y los premios siempre han tratado con cierto paternalismo a las mujeres cómicas. Influenciada por esa percepción, ella misma intentó crecer con más drama, aunque sin perder su esencia, en Compuesta y sin novio. Una producción con localizaciones reales, pero demasiado silenciosa. La propuesta no funcionó como se esperaba. ¿Qué falló? No había la risa del público. Valerio Lazarov se percató de la carencia y montó a medida de Lina Hostal Royal Manzanares. Una telecomedia con una grada de público a la española. Las audiencias fueron colosales. 

Una vez más, el binomio Lina y televisión triunfó. El astuto desarrollo narrativo de la serie terminaba en alto sin el complejo de romper la cuarta pared del decorado y, así, mostrar como Lina Morgan subía a saludar a los asistentes que habían ido hasta los estudios de TVE, al igual que en el teatro. La buena tele siempre aprende del teatro y aquí, directamente, incorporaba el saludo final como poderosa arma emocional. 

Y ahí estaban los espectadores como coprotagonistas clave de las tramas de Hostal Royal Manzanares, con esa misma risa ingenua que Lina sabía recoger y devolver. Porque la comedia, como la vida, es trabajo en equipo. Sin embargo, el teatro de Lina nunca fue valorado por la cultura más snob. Quizá porque contó con la intuición de huir de la intensidad melodramática. Mientras bajo los cegadores focos algunos respetados intentaban interpretar por encima de los códigos de su sociedad, la comedia de Lina Morgan movilizaba la risa más transversal porque nos enfrentaba a lo que queríamos ser y a lo que, al final, nos teníamos que conformar con ser. Tal vez es el momento de actualizar ese aprendizaje.

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