Borja Terán Periodista
OPINIÓN

El show que dejó en evidencia a Uri Geller

Uri Geller en el Estudio 1 de Prado del Rey con José María Íñigo
Uri Geller en el Estudio 1 de Prado del Rey con José María Íñigo
RTVE
Uri Geller en el Estudio 1 de Prado del Rey con José María Íñigo

El seis de septiembre de 1975, José María Iñigo recibía en el estudio 1 de Prado del Rey a Uri Geller. España, una ingenua España, se iba a quedar perpleja. En Directísimo, el mentalista dobló cucharas con su mente. Horas antes, Íñigo y Fernando Navarrete, realizador histórico, acudieron al hotel donde se alojaba el mago para realizar una entrevista previa. Romper el hielo, documentarse y, de paso, preguntar dónde estaba el truco para colocar en el sitio adecuado las cámaras y no quebrantar la ilusión. Pero Geller no iba de mago, decía tener poderes psíquicos. Y se "enfadó". Y en en aquel lugar empezaron a suceder delirios paranormales.

En realidad, Geller se estaba trabajando la sugestión de Íñigo y Navarrete antes de que comenzara la emisión. Los prolegómenos son importantes en cualquier acto de comunicación. Geller quizá lo había aprendido poco tiempo atrás, en su visita en 1973 al gran late night de la historia de la televisión norteamericana, Tonight Show. Entonces, el maestro de cómicos Jhonny Carson pidió ayuda al mago James Randi para evitar cualquier engaño al espectador. Este dijo a Carson que no dejara a Geller traer sus propios utensilios y que controlara que no tocara nada antes del directo. Así fue. Las cucharas, los relojes y unos botecitos de metal (algunos con agua en su interior, para adivinar cuáles eran) se colocaron en el plató por los propios responsables de la televisión, impidiendo a Geller manipularlos.

Un mago juega con la imaginación, mientras que Uri Geller se parecía más a un charlatán que pretendía engatusar a la audiencia vendiendo una supremacía mental. Carson no quería que su espacio fuera utilizado por telepredicadores. Y con su inteligente ironía, jugó a desmontar a Geller. Pero Geller también era un seductor de la palabra e intentaba estirar la entrevista para que se acabara el tiempo y no quedar en evidencia frente a millones de norteamericanos. El mentalista pedía más preguntas al cómico para agotar la duración del programa, pero el cómico quería ir al grano y que demostrara sus poderes.

A Uri Geller no le quedó más remedio que ponerse a sobreactuar concentración mental. Alargaba la interpretación, pues al no tener sus trastos preparados de antemano no tenía nada que hacer. Pero había que disimular y para evitar el escarnio público, se refugió en el argumentario de si le estaban "presionando" y, como consecuencia, no se sentía "fuerte". Ni dobló cucharas ni arregló relojes. Nada. No hubo excusas. Quedó claro que sin manipular antes los artilugios, no había poderes mentales. Sólo improvisó argucias para escabullirse y que pareciera que el ambiente no era propicio para su concentración. Como cuando pidió que cogiera los botecitos descartados por él a Ricardo, otro protagonista del programa. Con esta táctica, intentaba que tropezara alguno de los tarritos, fastidiara la mesa con los utensilios y quedara representado por la tele que no era el ambiente idílico para la concentración que requería. Carson no cayó en la picaresca de Uri, tampoco en sus seductores halagos y le despidió con su elegante humor que era el mejor método para desactivar la mentira. Sin embargo, su ridículo en el programa más importante de todos no terminó con la carrera de Geller. Al contrario, demostró que siempre hay una audiencia dispuesta a creer.  Hasta las excusas más surrealistas.

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