Por qué nos seguimos avergonzando cuando recordamos algún suceso humillante de nuestra vida

Un joven se tapa la cara con las manos.
Un joven se tapa la cara con las manos.
©Gtresonline
Un joven se tapa la cara con las manos.

Es muy probable que hayas tenido esta sensación: de repente recuerdas un suceso de tu pasado en el que pasaste mucha vergüenza. Y como si viajaras en el tiempo, sientas exactamente el mismo rubor, la misma angustia y las mismas ganas de que trague la tierra.

Esta sensación tiene una explicación. La da David John Halford en un artículo publicado en The Conversation. Halford es psicólogo y profesor en la Deakin University, en Australia.

"El pensamiento actual es que hay dos formas en las que recordamos experiencias de nuestro pasado", dice Halford. "Una forma es intencional y voluntaria. Por ejemplo, si tratas de recordar lo que hiciste ayer en el trabajo o lo que almorzaste el sábado pasado. Esto involucra un proceso deliberado y esforzado durante el cual buscamos la memoria en nuestras mentes", prosigue.

"La segunda forma es involuntaria y espontánea. Estos son recuerdos que simplemente parecen 'aparecer' en nuestras mentes e incluso pueden ser no deseados o intrusivos. Entonces, ¿de dónde viene este segundo tipo de memoria?", se pregunta el autor.

Conexiones neuronales

"Parte de la respuesta radica en cómo los recuerdos están conectados entre sí. La comprensión actual es que nuestras experiencias pasadas están representadas en redes conectadas de células que residen en nuestro cerebro, llamadas neuronas", dice Halford. "Estas neuronas desarrollan conexiones físicas entre sí a través de la superposición de información en estas representaciones", continúa.

"Una activación inicial de un recuerdo puede ser desencadenada por estímulos externos del entorno (vistas, sonidos, sabores, olores) o estímulos internos (pensamientos, sentimientos, sensaciones físicas). Una vez que se activan las neuronas que contienen estos recuerdos, es más probable que los recuerdos asociados se recuperen en la conciencia", dice el autor.

"Un ejemplo podría ser pasar por delante de una panadería, oler el pan fresco y tener un pensamiento espontáneo del fin de semana pasado cuando cocinaste una comida para un amigo. Esto podría conducir a un recuerdo de cuando se quemó una tostada y había humo en la casa", expone el autor.

"Cuando los recuerdos vienen a la mente, a menudo experimentamos respuestas emocionales a ellos. De hecho, los recuerdos involuntarios tienden a ser más negativos que los recuerdos voluntarios. Los recuerdos negativos también tienden a tener un tono emocional más fuerte que los recuerdos positivos", explica Halford.

Los recuerdos involuntarios tienden a ser más negativos que los recuerdos voluntarios

Según Halford, "los seres humanos están más motivados para evitar malos resultados, malas situaciones y malas definiciones de nosotros mismos que para buscar buenas. Esto probablemente se deba a la necesidad apremiante de sobrevivir en el mundo: física, mental y socialmente".

"Así, los recuerdos involuntarios pueden hacernos sentir muy tristes, ansiosos e incluso avergonzados de nosotros mismos. Por ejemplo, un recuerdo que involucre vergüenza podría indicarnos que hemos hecho algo que otros podrían encontrar desagradable o negativo, o que de alguna manera hemos violado las normas sociales", añade.

"En algunos trastornos de salud mental, como la depresión mayor, las personas recuerdan con mayor frecuencia recuerdos que evocan sentimientos negativos, los sentimientos negativos son relativamente más fuertes y estos sentimientos de vergüenza o tristeza se perciben como hechos sobre sí mismos. Es decir, los sentimientos se convierten en hechos", dice Halford.

¿Cómo evitarlo?

"La buena noticia es que los recuerdos son muy adaptables. Cuando tenemos un recuerdo, podemos desarrollarlo y cambiar nuestros pensamientos, sentimientos y valoraciones de experiencias pasadas", prosigue el autor.

"En un proceso denominado 'reconsolidación', se pueden realizar cambios para que la próxima vez que se recuerde el recuerdo sea diferente de lo que era y tenga un tono emocional diferente", explica Halford.

"Por ejemplo, podemos recordar un momento en que nos sentimos ansiosos por un examen o una entrevista de trabajo que no salió tan bien y nos sentimos tristes o avergonzados. Reflexionar, elaborar y replantear ese recuerdo puede implicar recordar algunos aspectos que salieron bien, integrarlo con la idea de que aceptaste un desafío a pesar de que fue difícil y recordarte a ti mismo que está bien sentirse ansioso o decepcionado por lo difícil que son las cosas y eso no nos convierte en unos fracasados o en una mala persona", dice el autor.

"A través de este proceso de reescribir las experiencias de una manera que sea razonable y compasiva con uno mismo, se puede reducir su prominencia en nuestra vida y autoconcepto, y nuestro bienestar puede mejorar", concluye.

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