Diego Carcedo Periodista
OPINIÓN

Sesenta años de humanidad

El padre Ángel en la celebración del 60 aniversario de la Asociación Mensajeros de la Paz este viernes.
El padre Ángel en la celebración del 60 aniversario de la Asociación Mensajeros de la Paz este viernes.
EFE
El padre Ángel en la celebración del 60 aniversario de la Asociación Mensajeros de la Paz este viernes.

Más de medio millar de personas de todas las condiciones sociales se concentraron el viernes en un acto tan sencillo como emocionante y significativo. Una buena parte de los asistentes sintieron que los ojos se les inundaban de lágrimas en el transcurso de las intervenciones de las distintas personalidades que compartieron la tribuna para homenajear, no tanto al padre Angel, que él no lo hubiese admitido, sino a su obra: Mensajeros de la Paz, fundada en Oviedo hace sesenta años, la institución humanitaria que hoy realiza su función admirable de ejemplo social en setenta países y cuenta por decenas de miles a los niños que sacó adelante en la vida, a los ancianos que salvó de su soledad y a los desamparados a quienes proporcionó ayuda, ofreció comida, alojamiento y consuelo.

Mensajeros de la Paz se convirtió en una institución internacional que a pesar de sus limitaciones económicas está en cada momento en el lugar donde hay personas que sufren hambre, la amenaza de la violencia, los efectos catastróficos de un terremoto o las consecuencias de una pandemia. La celebración de las bodas de diamante de aquella iniciativa -La Cruz de los Ángeles como se denominó en sus orígenes- de dos sacerdotes jóvenes, recién salidos del Seminario, pero con la decisión de reducir el sufrimiento de los demás, ha demostrado que la solidaridad ante el necesitado continúa siendo reconocida y valorada por una buena parte de la sociedad. Lo dejaron bien patente las personalidades que intervinieron en el acto, varios exministros entre ellos, y los centenares de personas que acudieron a acompañar al padre Angel, el artífice incansable de tan admirable obra, convertido por su ejemplaridad en la imagen de un verdadero santo vivo que no se rinde en la lucha contra la adversidad ajena ni la justicia social que la paz demanda.

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